Leonor Merino
Drª de la Universidad Autónoma de Madrid


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Naguib Mahfuz, Premio Nobel de Literatura, desde los callejones del Cairo al hombre universal

(En hommage à Naguib Mahfuz après son décès:
article publié et réduit dans la presse espagnole:
"Cronista de un Cairo mítico", "El Mundo", Madrid,
jueves 31 de agosto, 2006, p. 46 Publié intégralement avec le titre: “Naguib Mafhuz. Premio Nobel de Literatura, desde los callejones del Cairo al hombre universal”, "L.E.A.", Provincia Agustiniana Matritense, Madrid, nº 87, abril-junio de 2007, pp. 48-51)

APUNTE BIOGRÁFICO

El primer Premio Nobel de Literatura en lengua árabe, fue otorgado en 1988 a un escritor egipcio, llamado Naguib Mahfuz, que nace en 1911, en Gamaliyyah, zona del barrio antiguo del Cairo.

A la edad de seis años se traslada con su familia al barrio de Al-Abbasyya, donde estudia en un "Kuttab" (Medersa o escuela donde se enseña el Corán). Muy niño comienza a leer novelas policíacas, entre ellas las de Sinclair y Johnson, por lo que se podría decir que significaron el jardín de infancia y la escuela bien temprana, donde se iniciaron los primeros pasos ensoñadores de este futuro escritor. Dicha afición continúa durante la etapa de primaria y secundaria, hecho destacable puesto que los libros para niños aún no contaban con la divulgación e interés que tienen actualmente.

Dichas novelas las consigue comprándolas en la calle de Mohammed Ali o pidiéndolas en préstamo. Su pasión por este género narrativo fue tan grande -cuenta el mismo Naguib Mahfuz-, que volvía a escribir estos textos y les ponía su nombre como si él fuera el autor. Poco después, su inquietud le lleva a leer la historia faraónica. Lectura que nacía del auge que experimentaba la egiptología de aquel entonces.

En 1925-1926, aproximadamente, escribe verso moderno, que gira siempre alrededor del tema del amor. En 1930, obtiene el grado de Bachiller e ingresa en el departamento de Filosofía de la Facultad de Letras de la Universidad de El Cairo. Después de cuatro años, se licencia con matrícula de honor en Filosofía y elige, como tema para su tesina, la "Estética" puesto que la considera, dentro de los estudios filosóficos, la más estrechamente vinculada a la literatura y al arte. Igualmente, realiza estudios en el Instituto de Música Árabe, y, más tarde, ejerce como funcionario en diversos organismos de la administración de su país.

A pesar de su carácter introvertido y de su poco entusiasmo por la vida social -que no desdice su modestia, cortesía y respeto por los demás-, participa en la vida literaria de su país, publica artículos y forma parte de tertulias permanentes, como la que se celebraba en la terraza del café de la Opera, en el Club de la Novela, o en el Consejo Superior de Artes y Letras. Por tanto, los cafés, aparte de servirle como punto de encuentro para compartir inquietudes intelectuales, desarrollaron un papel importante en la vida y en la literatura de este autor -excelente "hablista"-, puesto que ya desde niño iba allá a escuchar los relatos del poeta popular.

Mahfuz leía en árabe, francés e inglés y abordaba diversas tendencias culturales coetáneas que reúnen la herencia árabe con la tradición literaria -sobre todo europea-, así como las corrientes, entre la intelectualidad egipcia, que están bajo el influjo de una u otra cultura. Igualmente, el mismo escritor ha confesado sentirse influido por Tosltoy, Chejov, Dostoyevsky, Maupassant, Gide y Shakespeare.

Es decir que Naguib Mahfuz, junto con el talento, reúne un espíritu luchador, ahínco y afición a la literatura universal, factores que le sirvieron de herramienta para llegar muy lejos en la lectura que, emanada de su pasión artística, impone un auténtico placer espiritual y una manera de pensar que considera al arte un objetivo y una esperanza.



RIADA DE PERSONAJES QUE TRASCIENDE EL TIEMPO

Su prolífica obra está enriquecida por sus numerosas colecciones de cuentos -los años setenta son una de las etapas más prolíficas-, que no se pueden deslindar del resto de su producción -salvo en contadas ocasiones-, puesto que su extensa urdimbre creativa conserva un entramado simbólico y polifacético.

Su estilo está a caballo entre el más puro realismo social, con destellos de simbolismo muy personal, y el naturalismo crudo con que prosigue el registro de las crónicas, de las epopeyas populares elevadas a la categoría de mito.

La evolución de los personajes llega a alturas insospechadas en muchos casos -Al lado de Dios es un ejemplo-, donde los caracteres se mueven en un mundo que rezuma autenticidad.

En Cuentos ciertos e inciertos se pone de manifiesto la gran variedad de registros que maneja este autor. Y en Bajo la marquesina -que supone una ruptura con la producción cuentística mahfuzí anterior-, lo sobrenatural y lo macabro abren camino a la alucinación basada en extravíos de una conciencia torturada y rota.

El Cairo nuevo es la primera novela de concepción realista, que responde a la realidad egipcia árabe de la primera mitad de este siglo, y que repercutirá en el tejido social egipcio hasta el día de hoy. Primer presagio de lo que iba a ser "la justicia": un concepto moral que Naguib Mahfuz pretendía como identidad plena y universal, sin que se limitara a una determinada interpretación sectaria, puesto que este concepto ya se había quedado ensombrecido por la visión burguesa, en general, y por la clase a la que pertenecía Mahfuz, en particular.

Al mundo creativo del autor, entonces, se abre una visión filosófica de inspiración cartesiana aprendida de su maestro Taha Husayn (1889-1973), con el fin de llevar al lector desde la fase de escepticismo, en la veracidad de causas y causantes, hasta la fe consciente.

Por tanto, lo importante del arte de Mahfuz procede de diversos elementos, al margen de escuelas o tendencias literarias. Y el elemento más destacado es el vínculo de la literatura a su propia vida. La vida en todas sus diversas dimensiones y pequeños detalles. La vida de las gentes sencillas que representan siempre a la mayoría: esas con las que uno puede cruzarse en la calle, a pesar de las diferencias de raza, cultura o religión.

Esos elementos se entremezclan entre sí en un escenario general y común para representar un barrio o una ciudad o una nación, como se aprecia en su Trilogía: Entre dos Palacios, Palacio del deseo y La Azucarera que, en sus títulos originales en lengua árabe, corresponden a tres zonas del viejo Cairo.

Tres novelas de corte realista en las que se alza el "gran padre", presentado como símbolo de una generación. Hombre acaparador del poder absoluto sobre sus hijos, austero, religioso, omnipotente y tiránico, ante su familia. Hombre afable, sensual, amante del vino y del burdel, ante la sociedad.

Trilogía que entreteje realidad histórica -desde antes de la Primera Gran Guerra hasta mediados de la Segunda Guerra Mundial- junto con la ficción novelesca, y que expone, igualmente, el valor de la ciencia y de la sabiduría.

Otra de sus novelas, Hijos de nuestro barrio, se desliza más hacia el mundo del símbolo y hacia significados muchos más hondos y humanos, sin dejar de lado sus habituales formas realistas para abarcar a cinco generaciones seguidas, aunque, de acuerdo con el enfoque de la fe teológica, repasa la evolución de toda la humanidad.

Puesto que el barrio -callejón en la traducción literal-, llega a ser la patria, la humanidad. Y las entreveradas historias, que aborda la novela, giran alrededor del mito de la creación, y son historias que emergen en tiempos de estrechez y confirman la existencia de Dios.

Estos "poderes superiores" seguirán siempre acaparando el interés del autor y empujándolo hacia la búsqueda del espacio que ocupen la vida del hombre y sus vinculaciones con la libertad en la tierra y en la justicia social.

Pero, ¿garantizarán esos poderes superiores -Dios en el cielo y sus religiones en la tierra- la felicidad del ser humano? ¿Reemplazarían el inestable sueño de la realidad? Titubeante rastreo de la realidad que se descubre en el protagonista de El camino, en Sabir, cuyo nombre deriva de la idea de paciencia y resignación.

El ladrón y los perros, desarrollada en un ámbito asfixiante lleno de rencor e intriga, es una encarnación de la justicia social. Los acontecimientos ocurren marcados por el hecho de la persecución, es decir, del enfrentamiento entre el individuo y su sociedad. El autor desnuda a la sociedad, a través de los complots que se traman en los barrios populares, enfrentándola al individuo. Esta novela -junto a las que le siguen: Veladas del Nilo y Miramar - es una nueva etapa en el desarrollo de la narrativa de Naguib Mahfuz, que sale del ámbito nacional y refleja las preocupaciones y pérdidas del hombre egipcio, en el ámbito universal, sintiendo que es, ante todo, un ciudadano del mundo.

Y, precisamente, en el dictamen de la Academia sueca, que le otorga el Premio Nobel de Literatura, se mencionarán La Trilogía, Hijos de nuestro barrio y Veladas sobre el Nilo -novelas grandiosas que acabo de reseñar-. En ésta última, la traducción literal "sobre el Nilo" da a entender que no es una cuestión local sino temas que sobrepasan las fronteras del Nilo. El escritor quiso presentar la situación del ser humano en el universo, con sus frustraciones ante sus secretos, especialmente el tema de la existencia y el enigma de la muerte.

En esta novela, repleta de comentarios y disquisiciones filosóficas, nos encontramos con una serie de preguntas: "¿Qué es lo serio? ¿No es probable que creamos seriamente en lo absurdo? La seriedad, ¿significa que la vida tenga sentido? ¿Cuál es el sentido de la vida?"

Una de las protagonistas responde: "El sentido de la vida está en la voluntad de vivir y en el intercambio de ideas". Luego, la voluntad de vivir es algo fuerte y sólido, pero la vida, a veces, puede llevarnos hacia lo absurdo. Este absurdo convive con los protagonistas de la novela.

Evidentemente, el escenario de la "vida real" de este prolífico escritor egipcio, tuvo su reflejo en la "vida literaria", y no es de extrañar que estos barrios y callejuelas, con sus cafetuchos, con sus azoteas rebosantes de vida donde las mujeres se reúnen y acicalan, con sus personajes y sus conflictos, interpreten el símbolo de la vida, con todo lo que contiene de fuerza, bondad, maldad y debilidad.

Pero este Cairo mítico, sacado fuera del tiempo y del espacio, adquiere una categoría universal, porque universales son sus personajes. Y porque, en definitiva, su protagonista radical es el hombre: "esa mezcla de bien y de mal, de estupidez e inteligencia, que merece la compasión en la misma medida que merece el castigo", como lo define el propio escritor.

También, en su variada y excepcional obra narrativa destacan un buen número de novelas históricas, en las que, con su habitual capacidad, sumerge al lector en una brillante recreación del sensual ambiente espiritual del Egipto de los faraones: Rhadopis: una cortesana del antiguo Egipto, La batalla de Tebas: Egipto contra los hicsos o La maldición de Ra. Keops y la gran pirámide.



UN HOMBRE CERCANO, BIEN NOMBRADO

Entretejida creatividad, entonces, que hace que el lector sienta, emocionadamente, aquello que lee, puesto que Naguib Mahfuz ha sido un atento registrador de movimientos y de encrucijada de circunstancias.

Un sabio analista de inquietudes que pone de manifiesto, a través de su obra, no sólo su inclinación por la filosofía y la lucha del hombre por conseguir la libertad, sino también la habilidad de todo gran creador para mantener la sorpresa y el interés: todo un símbolo de una depurada técnica literaria.

Estamos, pues, lector, ante una prolífica carrera creativa, ante una gigantesca e impetuosa riada de personajes y situaciones que desborda el tiempo. Algunas acciones se asemejan, pero no se encuentran con los mismos personajes ni con las mismas ideas. La historia puede repetir alguno de sus episodios, mas nunca vuelve a pasar por el mismo camino.

El flashback, así como el sueño, son otras técnicas a las que recurre el autor para presentar al receptor tomas del pasado, que se mezclan, mágicamente, con otras del presente. Todo ello llevado, magistralmente, a buen término, por un escritor que, habiendo siendo originariamente calculador y gran conocedor de la técnica y del sentido de la elaboración, se nos presenta con una obra inmensa dotada de un alto grado de espontaneidad y desenfado.

Un creador, entonces, que en el marco de su comunidad y de su tiempo, cumple una función análoga a la que desempeñaron Pérez Galdós, Balzac, Zola o Dovstoievski.

Este maestro indiscutible de la narrativa árabe contemporánea, ha encontrado profundo eco entre nosotros, puesto que gran parte de su obra -aquí tratada- se encuentra ya traducida a nuestra lengua.

Luego su obra merece ser sabida de memoria, guardada, conservada, puesto que todo eso quiere decir, en lengua árabe, su apellido: "mahfuz". Y, noble, generoso, de buena raza, quiere decir, también en lengua árabe, su nombre: "naguib".

Leonor Merino
Drª de la Universidad Autónoma de Madrid,
autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes
y traductora de los escritores Driss Chraïbi, Tahar Bekri y Rachid Boudjedra