Leonor Merino
Drª de la Universidad Autónoma de Madrid


Articles 2008-2012


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Revista LEA nº 100, Colegios Universitarios, Madrid, octubre-diciembre, 2011, pp. 27-32.

LA IMAGEN DEL ÁRABE-MUSULMÁN EN NUESTRA PRENSA

LA IMAGEN DEL ÁRABE-MUSULMÁN EN NUESTRA PRENSA
EL PAÍS, sábado 20 de agosto de 2011, OPINIÓN, pp. 25-26.

De la calle y sus disturbios

En 2005, Nicolas Sarkozy, ministro del Interior, tuvo que hacer frente a disturbios callejeros en las afueras de París (Seine-Saint-Denis) y a un largo centenar de vehículos incendiados en sus calles. La mecha: la muerte de dos adolescentes —Zyed Benna, de 17 años, y Bouna Traoré, de 15— al refugiarse en un transformador eléctrico tras una persecución policial.

El ministro anunció que la ley se aplicaría por doquier, y se extrañó de la polémica que había suscitado la palabra “chusma” que él mismo había empleado en los barrios conflictivos.

El reciente detonante de la violencia en Londres: la muerte de Mark Duggan, un negro de 29 años, abatido en una operación policial.

En esos gravísimos desórdenes, los más violentos en 25 años, muere otro joven en el distrito de Croydon, al sur de la capital, donde varias casas, establecimientos de cadenas nacionales y humildes tiendas de barrio son quemadas durante los violentos disturbios, a los que se añaden tres muertes. Cameron anuncia que atajará los “enfermizos” incidentes violentos.

En Salt (Girona), a finales de enero de este año, un menor de edad de origen magrebí fallece al caer al vacío cuando escala unas cañerías huyendo de la policía. La protesta acabó en gran algarada y quema de coches. En la posterior manifestación pacífica, Iolanda Pineda señaló que los vecinos de Salt dieron “un ejemplo de ciudadanía” e hizo un llamamiento a la Generalitat de ayuda a la educación, urbanismo, salud y seguridad.

Jaume Torramadé aboga ahora por la redistribución de los inmigrantes, estableciendo cuotas de pisos y viviendas solo para personas con nacionalidad española. (Nadie escoge el lugar en el que nace, pero puede decidir el lugar en el que espera satisfacer sus aspiraciones legítimas con el fin de vivir lo mejor posible —casi siempre con el fin de vivir sencillamente— y realizarse como persona).

Las causas y las consecuencias son semejantes en esos casos expuestos, en los que las autoridades alegan que los sucesos posteriores responden a un patrón organizado y que muchos de los protagonistas de los altercados provienen de otros barrios o municipios.

Pero ¿cuáles han sido los antecedentes de esos incidentes? En una grave crisis económica, carente de mesura y de unión política, ¿cuáles las actitudes, cuáles ciertos comentarios nada inocentes que dañan la convivencia respecto a la inmigración?

Considerarla como problema principal, no desvincularla de la delincuencia en general y, sobre todo, alejarla de nuestra convivencia, fomentando guetos al margen de la sociedad civil, privándola de un rico y saludable mestizaje de culturas, es un gravísimo error con consecuencias que estallarán ante nuestros ojos.

El resultado de falta de argumentos y de herramientas político- sociales que impidan mejorar la condición de los inmigrantes incrementarán reacciones xenófobas y discriminatorias. Aunque no se tomen actitudes violentas contra las culturas, si no se promueve el diálogo entre ellas se impide el verdadero mestizaje: equilibrio entre la escucha y la relación mutua.

Siempre estamos a la sombra de nuestras propias culturas. Sombra que nos acompaña y continúa en nuestro fuero interno, incluso si vivimos mucho tiempo en una cultura diferente. Sin embargo, eso no es negativo: nuestras diferencias pueden convertirse en fuente de mutuo enriquecimiento. Lo que cuenta, lejos de leyes que rigen la comunicación internacional, son las personas con su historia. Son las personas las que se reencuentran y no las culturas en el sentido abstracto del término. Son las personas quienes deben aprender a reconocerse, respetarse y apreciar la recíproca alteridad.

Senghor, poeta y humanista senegalés que cantó la negritud —palabra creada por elmartinico Aimé Césaire—, fue gran defensor de la savia de las culturas: lo que llegó a convertirse en fecunda, grandiosa, creación literaria de las civilizaciones mediterráneas.

Los escritores con sus propias miradas sobre la realidad, con sus miradas incisivas, son la prueba jamás desmentida del poder de lucidez que caracteriza a la literatura, anunciadora de los males que acechan a la sociedad. Nos tienden el espejo de unos acontecimientos, unas actitudes, que nosotros —sus contemporáneos y la historia— deberíamos sentir empatía al reconocer.

En Francia son numerosas las obras que describen la marginación y la xenofobia. El pionero marroquí Dris Chraïbi describe en Los chivos la vida dura y miserable de los populosos barrios destinados a los norteafricanos: los desarraigados.

Ese inmigrante, “animal herido que le da vergüen zamorir a la luz del día”, sin un trozo de carne para llevar a la boca de su hijo enfermo, en medio de un pueblo indiferente. En Topographie idéale pour une agression caractérisée, del argelino Rachid Boudjedra, el inmigrante llega al metro de París: caverna, intestino, por donde gente de mirada cansina, desamparada y triste se apresura entre carteles, planos, tableros publicitarios, paredes, puertas, pasillos, que se multiplican en trágica simetría. La agresión frente a ese paisaje geométrico —mensajes desconocidos— alucina, desorienta al emigrante en el que anida la claustrofobia, el vértigo.

Ese inmigrante, en Hospitalité française, de Ben Jelloun, “es el que se mancha las manos, trabaja con su cuerpo, lo expone al riesgo, al accidente y al rechazo”. Fouad Laroui, en Des bédouins dans le polder y en tierras neerlandesas, adopta la sátira social, ironía del pudor del marginal: tono lúcido del desconocimiento del otro, diálogo de sordos por ambas partes, generando situaciones tragicómicas.

En las urdimbres novelescas de la segunda generación inmigrante magrebí en Francia, los jóvenes protagonistas en paro, con problemas de drogadicción, se reúnen en los huecos de las escaleras de los edificios de hormigón con hacinamiento hormigueante.

Hablan de su desarraigo, de “su barrio de exilio”, lejos de la sociedad que les recuerda que eres “árabe”, eres “musulmán”. Y el relato Le sourire de Brahim, de Nacer Kettane, cobra triste realidad cuando el hermano del narrador, con el cráneo estallado en una manifestación en París, es llevado dignamente por su madre.

Nina Bouraoui, en Garçon manqué, recoge la historia de amor de su padre argelino y de su madre bretona como pretexto para explorar, denunciar, el racismo en la sociedad francesa:

“Un día, en la parada del autobús número 21, escucho decir mirando a mi padre: Hay demasiados árabes en Francia. Muchísimos. Y además cogen nuestros autobuses. Sus palabras y mi silencio. Esa incapacidad para responder. Para aullar. Este hombre es mi padre. Respétele o le insulto. Respétele o le golpeo. Respétele o le mato. Y no es solamente mi padre. Es un hombre. Mi silencio confirma justo la expresión: estar fulminado por el dolor”.

Desde Cataluña, las marroquíes Najat el Hachmi y Laila Karrouch abogan por “ganar otra cultura” mientras conservan su propia identidad: ciudadanas en su nuevo país junto con la anhelada complicidad de los autóctonos, en sus textos autobiográficos Jo també sóc catalana y De Nador a Vic. Esperanzado futuro: depositado en sus hijos y en la próxima generación catalana.

Todos esos actuales ejemplos literarios, que dan cuenta del vértigo de ese estar siempre un poco en otra parte, a veces en desfase con la realidad y con frecuencia heridos al presente, pero conscientes de medirse con coraje a la insolencia del azar, ¿no nos lleva a reflexionar que algunos de nuestros antepasados participaron de esa realidad o que nuestros hijos o nietos, tal vez, participen un día no tan lejano?

El mundo se compone de múltiples orillas: no son vírgenes, sino salpicadas por corrientes entreveradas desde tiempo inmemorial. Cada uno de nosotros, en su propia historia individual y psicológica, posee sus orillas, pero hay que remontarlas, ir al encuentro unos de otros, y hacer de ello nuestra riqueza y un mundo más habitable.

A los viejos planteamientos de cómo tejer diversidad y tolerancia, multiculturalismo y universalismo y de cuál debe ser la responsabilidad de cada uno, en ese derecho a la diferencia y el deber de semejanza, se añade ahora el acuciante desespero de una juventud sin futuro.

Leonor Merino es investigadora en la UAM, traductora
y autora de La mujer y el lenguaje de su cuerpo. Voces literarias del Magreb (2011).
Diario de León, viernes 1 de julio de 2011, p. 8.

En gratitud a Vicente Pueyo


L.E.A., Madrid, nº 98, Enero-Marzo, 2011, pp. 47-51.

Taos Amrouche: escritura ardiente, valiente, adelantada a su época (2ª Parte)

Taos Amrouche: escritura ardiente, valiente, adelantada a su época (2ª Parte). L.E.A., Madrid, nº 98, Enero-Marzo, 2011, pp. 47-51.
L.E.A., Madrid, nº 97, Octubre-Diciembre de 2010, pp. 38-41

Taos Amrouche en escena: embajadora, sacerdotisa de la cultura bereber (1ª Parte)

Taos Amrouche en escena: embajadora, sacerdotisa de la cultura bereber (1ª Parte). L.E.A., Madrid, nº 97, Octubre-Diciembre de 2010, pp. 38-41.
Nuevas del Aire, Madrid, nº 61, diciembre, 2010, pp. 9-12.

AHMAD BEN QASIM EL BEJARANO: Ausencia de toda Tierra, Madrid, nº 61, diciembre, 2010, pp. 9-12.

AHMAD BEN QASIM EL BEJARANO: Ausencia de toda Tierra - Nuevas del Aire Núm. 61
L.E.A., Madrid, Colegios Universitarios, nº 95, Enero-Marzo de 2010, pp. 39-44.

Intérprete, intermediario, Trujamán

Intérprete, intermediario, Trujamán - L.E.A. Núm. 95
Interculturel Francophonies, 16 nov. - déc. 2009, Alliance Française, Lecce (Italie), pp. 195-202. Textes réunis et présentés par Bernoussi Saltani.

Sadâqa: Les mots d’Abdellatif Laâbi en Espagne

Leonor Merino,
Drª Universidad Autónoma de Madrid,
autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes
Publié dans l’Hommage à Abdellatif Laâbi: « Abdellatif Laâbi: un intellectuel tout simplement », Interculturel Francophonies, 16 nov. - déc. 2009, Alliance Française, Lecce (Italie), pp. 195-202. Textes réunis et présentés par Bernoussi Saltani.

Insoumis en recherche permanente

Cet auteur marocain, fassi, est bien connu depuis 1966, lors de la création de la revue Souffles, fondée par lui autour d’un collectif d’écrivains d’intellectuels, et de plasticiens. Pour les nouveaux écrivains qui naissent sous l’élan et à la chaleur de cette revue, il s’agit de lutter sur quatre fronts que l’on pourrait brièvement définir ainsi: la démistification des valeurs burgeoises et néo-coloniales, la lutte contre l’obscurantisme social et politique, la révalorisation de la culture nationale, l’appui au peuple palestinien et, à travers lui, à tous les peuples opprimés qui luttent dans le monde entier. En outre, l’intérêt primordial de Souffles est la rénovation des sujets accompagnée de la floraison d’autres formes littéraires (Tenkoul), qui ont fait bouger la scène littéraire et artistique du Maghreb.

Cette date est un point de départ dans son éthique intellectuelle, surtout depuis son premier récit, L’Oeil et la nuit qui voulait désarticuler un genre canonisé: le roman autobiographique où le récit se meut dans la pesanteur des mœurs et coutumes locales1.

Son oeuvre se multiplie — étreint le monde —: de la prose/romans, de la poésie — des proèmes qui touchent nos âmes et des poèmes érotiques: des fruits du corps —, du théâtre, des ouvrages pour la jeunesse. Toujours dans la quête de nouvelles formes, dans une recherche permanente.

L’écriture de Laâbi extrait sa poétique, sa force de séduction de la violence qui la secoue, dans sa pulsion organique et dans son impact tellurique. C’est l’euphorie qui naît de la même distorsion du tissu textuel, de la guérilla linguistique (Khaïr-Eddine), de la violence du texte (Gontard), de la révolte portée au paroxysme, parfois d’une façon fiévreuse, chaotique; la poésie devenue en action, l’action en poésie, en don, en passion, plaçant le sens en relief, poussant le lecteur: égorgez mes taureaux noirs sur les seuils des mosquées/ nourrissez mille et mille mendiants/ alors je viendrai/ vous cracher dans la bouche2.

Car, de même que la tristesse accompagne les êtres humains — ceux qui peignaient les grottes d’Altamira l’avaient déjà —, le poète est rebelle par nature. Et celui qui n’est pas rebelle n'est pas poète. Mot subversif, où la colère devient cette fureur irrépressible, un gros caillot acéré dans la gorge. Son engagement s'exerce d'abord dans l'écriture, espace intime et infini où il se met lui-même en question tout en interpellant les autres: écrire — une ordalie — sa solidarité avec l’Homme, éprouver l’haleine de la camaraderie. Pour lui, il existe un futur meilleur, un au-delà, un socle, un réel, du vivant.



Passeur d’émois, de défis

Le poète est arrivé à Madrid, lors des traductions de ses récits, accompagné de Jocelyne: Awdah (le retour), surnom donné à sa femme qui rythme El camino de las ordalías (Le chemin des ordalies): Mi cordón umbilical, la voz y el cuerpo de mi lenta, lentísima resurreción3. Le coeur de l’aimée, qui bat toujours dans sa paume, le réconforte. Ce récit relate le passage douloureux, d’abord de la prison à la liberté retrouvée, mais aussi, plus largement, le passage douloureux que comporte toute expérience de création, d’écriture.

Ses huit ans et demi d'emprisonnement à Kénitra de 1972 à 1980 deviennent le témoignage d’une aventure intérieure — la prison est une impitoyable école de transparence —, où il palpe ses blessures ouvertes, et, à nouveau, il ré-apprend à se joindre au pouls du monde, avec de la tendresse, avec de la serénité: Mon ordalie n’est qu’une goutte dans l’océan.

En effet, après avoir été emprisonné, torturé et, une fois libéré, l’interdition de sortir de son pays pendant quelques années, on a vraiment besoin d’un bagage de compréhension et de pardon, sans aucun type de rancune, pour nous léguer un message profond, humain, en rédigeant ce récit, où sa mémoire à vif le ramène sans cesse en arrière, avec l’irruption constante de séquences analeptiques, et le parcours à travers Fès — une synesthésie d’odeurs, de couleurs — pour aller se recueillir devant la tombe de sa mère, décédée tandis que le fils était en prison.

Définitivement, ce poète est venu au monde pour aimer, pour se donner: ton coeur vierge, marqué par le fer incandescent de ta colère intacte. La haine lui est étrangère, car il a une foi inébranlable dans un Continent humain: el amor a la vida, el amor a amar, el amor a la entrega integral4. Ce sont la mort et l’amour qui ont déposé la tendresse dans son corps meurtri. L’espoir c’est une manière de survivre, et la chanson du martyr de la révolution chilienne, Victor Jara — son plus grand frère —, c’est aussi une manière de résister:

Levántate y mírate las manos./ Para crecer estréchala a tu hermano./ Juntos iremos unidos en la sangre...5

Et la fidèle Awdah, un flot de douceur, de jouer de la guitare:

Yo no canto por cantar/ ni por tener buena voz,/ canto porque la guitarra tiene sentido y razón6.

Et Laâbi de se rallier à Viglietti — chanteur et compositeur uruguayen —, à son compromis éthique et idéologique:

Yo pregunto a los presentes/ si no se han puesto a pensar/ que esta tierra es de nosotros/ y no del que tenga más...7

Aussi ce passionné de l’écriture — tout silence est une mort par défaut —, loue-t-il le rôle joué par les femmes envers ses camarades qui, comme lui, étaient emprisonnés: les femmes, si fort aimées, étaient nos yeux et nos poumons extérieurs. Elles étaient orgueilleuses, heureuses, de ces fils, de ces frères ou de ces époux qui portaient la semence de leurs propres rébellions étouffées. Le sang écoulé, la douleur éprouvée n’ont pas été en vains — Le Maroc ouvrira sa terre généreuse pour acueillir son fils: ma place a été toujours parmi vous.

Cette espèce d’illuminé de l’écriture, ce vieux loup des mers carcérales8, ce chameau des cadrans désertiques9 est déjà libre.

Son aveu, qui clôture ce récit, est un hymne d’espoir qui s’élève par-dessus nos plaintes humaines: Viejo lobo de los mares carcelarios si eres libre ahora, es porque llevas esa ciudadela, para el resto de tus días grabada en el corazón.



Bribes d’une mémoire orale d’humour, d’ironie

Décidemment, l’écriture de Laâbi devient une fête. La vie l’interpelle. Il écrit avec “sa” vie. Il a toujours son mot à dire comme Ghita, la sensible mère de Namouss, qui parcourt avec ses mots d’anthologie, Le fond de la jarre10 et à qui cette espèce de feu follet qui ne tient pas en place lui doit beaucoup. Lui, il connaît sa Ghita sur le bout des doigts — elle, elle a accouché de onze enfants —: son humeur fantasque et rouspéteuse, ses élans de tendresse cachée, son esprit de contradiction qui était un sixième sens — et alors l’image du petit loustic de La civilisation ma mère...! de Chraïbi11, vient à ma mémoire: deux femmes, deux sensibilités, deux rebelles, avant la lettre.

Mais Namouss (Moustique) — mon ancêtre et mon enfant, recueille l’épilogue — ressemble aussi à son père Driss — artisan respecté de la Sekkatine —, par sa marche agile qui arpente les ruelles et dribble les obstacles de ce grand théâtre bigarré qu’est la médina, comme s’il était le meilleur joueur du MAS, l’équipe de football fassi. Parcourir les souks de Fès de la main enfantine de Namouss, tandis qu’il va vers la boutique de son père — pour lui dire de retourner à la maison daba daba (immédiatement) selon l’ordre de Ghita —, devient une aventure inoubliable — et La boîte aux merveilles et Le Passé Simple12 reviennent à ma mémoire.

Et la critique au monseigneur Ramadan est faite sans acrimonie — loin des “imprécations” des autres romans maghrébins —, avec l’humour maternel, avec son intelligence naturelle: Elle est bien belle notre religion! On doit passer toute la journée étranglés comme des chiens. Le gosier sec et les intestins qui jouent de la trompette. Ni repos le jour, ni sommeil la nuit. Et qui c’est qui récolte les tracas? C’est Ghita, la bonne des grands et des petits, l’orpheline qui n’a personne pour la prendre sous son aile.

Décidemment, ce narrateur-héros et protagoniste du roman nous invite sur les traces de son enfance et de son entourage qu’il puise du fond de la jarre13, tandis qu’il cherche à comprendre qui il est. De ses ailes gigantesques — son immense rêverie —, tel un albatros (Rimbaud), il plane au-dessus des terrasses, il s’élève enfin au-dessus sa ville natale multicolore — Fès: cour des miracles —, où ses souvenirs sont encadrés, limités, entre ses principales issues: Bab Guissa ou Bab Ftouh.

Et comme la fameuse madeleine (Proust), un simple radis éveillera chez lui les plus beaux moments de sa prime enfance entourée de ses frères, Si Mohammed — personnage controversé au sein de la famille —, sa soeur Zhor — la sagesse même —; sa belle-soeur Lalla Zineb — qui ne se gênait pas pour se changer dans ma présence —, l’oncle Touissa — son sobriquet pour Abdelkader —; sa passion pour l’école — pour la françaouia, la francissia, la frantaisia —; son amour pour la science — un océan qui obéit à des maîtres qui le connaissent bien selon l’adage de son père —; ses premiers professeurs: M. Banaïssa, Si Daoudi, M. Cousin; ses camarades: Hat Roho — un blondinet aux yeux bleus —, Hammad — grincheux et pleurnichard —, Loudini — un faciès de bandit —, Belhaj — timoré d’habitude —; les personnages pittoresques, marginaux de la ville: Chiki Laqraâ (la Frime chauve), Bou Tsabihate (l’Homme aux chapelets), Bidouss (le mendiant unijambiste), Bou Souit (le père Fouet), Aâssala (la femme aux chats), Harrba (un narrateur hors pair).

La référence à la chute du mur de Berlin ouvre et clôture le roman, et le tout est encadré par les événements du Maroc, lorsque le général Guillaume a menacé de faire manger de la paille aux Marocains qui s’opposaient au protectorat et par un sultan fantôme érigé, tandis que le sultan, regretté, était en exil dans une île lointaine, africaine, que Driss s’obstinait à appeler Madame Cascar — et Madame Lafrance de Maïssa Bey assaille ma mémoire.

Des attentats surgissent. Tout le pays attend la délivrance. Le mot Istiqlal! — Indépendance! — résonne dans tous les coeurs. Les portraits d’Allal-el-Fassi et de Belhassan El Ouazzani suspendus aux murs des maisons. Maintenant, les terrasses sont pleines. Les youyous déferlent. Des trémolos dans les voix de tous les marocains à l’unisson: Moulana ya doul-jalal/ Ben Youssef wa-l-istiqlal — Ô Seigneur de gloire/ Ben Youssef et l’indépendance —. Alors, le visage de Mohammed Ben Youssef est apparu sur la lune! — et La mémoire tatouée de Khatibi remplit ma mémoire.

Laâbi recourt aussi dans ce roman à des déformations des mots français, à des interjections, à des onomatopées, à des chants, à des vers, à des comptines, à la chanson du melhoun: tout ce recours à des expressions traduites de l’arabe dialectal qui cohabitent avec un français, soutenu plein d’humour, qui offrent une saveur verbale et une plasticité littéraire. Les greffes orales sur le plan littéraire peuvent rajeunir l’écriture par l’utilisation de nouvelles cathégories esthétiques qui peuvent permettre d’obtenir un effet d’étrangété, c’est-à-dire de produire l’intérêt romanesque, tout en y relativisant le sérieux.

Abdellatif Laâbi d’écrire en français — langue étrangère — et d’inscrire une spécificité qui puise ses composants dans le patrimoine culturel14, tout en créant une mythologie moderne dont les racines sont ancrées dans l’imaginaire populaire africain.



D’autres versions à l’espagnol

Son implication pour la Vie l’a emmené à écrire sur l’environnement et le développement en Méditerranée15, menant à bien une étude globale des défis de l’environnement dans les pays riverains, et pour la connaissance de la contamination de la Méditerranée. Car aborder des défis de l’environnement dans la terre, permet d’aborder convenablement un aspect important de la contamination marine.

Son Anthologie sur la poésie marocaine qui regroupe une trentaine de poètes a aussi été versée à l’espagnol16.

Et en tant que citoyen, intellectuel concerné, brisé par la douleur des Autres, il écrit un long poème, Gens de Madrid, pardon!17, en solidarité avec les attentats terroristes de Madrid, le 11 mars 2004, qui est rythmé par ces mots écrits en espagnol ¡Ay qué día tan triste en Madrid!:

[...] Pardon pour les mères de la future place du 11 Mars/ Pardon pour le silence de mes frères/ pour ne pas dire leur indifférence/ Pardon de ne pas avoir fait plus et mieux/ contre le loup qui décime ma propre bergerie.

Et Abdellatif Laâbi de récriminer contre les terroristes: Messieurs les assassins/ vous pouvez pavoiser/ Spéculateurs émérites, vous avez acquis à vil prix le champ incommensurable des misères, des injustices, de l’humiliation, du désespoir, et vous l’avez amplement fructifié. [...] On dit que vous faites bien fonctionner vos méninges. Alors, puis-je vous poser une question simple:/ C’est quoi pour vous un être humain?/ Pourquoi ce silence? Répondez-moi!/ Alors pardon, gens de Madrid/ Pardon du peu que les mots peuvent/ disent à moitié/ et souvent ne savent pas/ mais s’il vous plaît/ pardon.

Ce poète, passeur des mots — membre de l’Académie Mallarmé qui a récemment réçu le Prix Robert Ganzo 2008 pour l’ensemble de son œuvre —, participe même de sa propre chair quand l'injustice, l'oppression, le terrorisme, atteint les droits de l'Homme, et il considère la création comme le domaine privilégié de la Liberté.



Notes :

1 Sa préface à la réédition de L’Oeil et la nuit, Rabat, SMER, 1982. Il n’a jamais éprouvé le désir d’écrire l’une de ces autobiographies édifiantes qui étaient une espèce de preuve d’aptitude dans la littérature des colonisés, insiste l’auteur dans Le chemin des ordalies. “Une autobiographie détournée et plurielle” chez Feraoun, Kateb, Chraïbi, Dib, Memmi, Boudjedra, Ben Jelloun.
2 “Oeil de talisman”, Le Règne de barbarie suivi de Poèmes Oraux, Rabat, à compte d’auteur, 1983, p. 9.
3 El camino de las ordalías, Madrid, Del Oriente y del Mediterráneo, 1995, p. 138. Traduction: Víctor Luis Gómez.
4 Ibid., p. 230.
5 En espagnol dans le texte original.
6 En espagnol dans le texte original.
7 En espagnol dans le texte original.
8 Cette expression qui désigne sa propre résistence, face aux avatars de la vie, est écrite neuf fois dans le texte.
9 Cette expression qui désigne aussi sa propre résistence est écrite six fois et une fois, vieux chameau.
10 Fez es un espejo: el fondo de la tinaja, Madrid, Del Oriente y del Mediterráneo, 2004. Traduction: Inmaculada Jiménez Morell.
11 La civilización,¡ madre mía!.., Centro Francisco Tomás y Valiente, UNED Alzira-Valencia, 2001. Traduction et Introduction: Leonor Merino.
12 El Pasado Simple, Del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 1994. Traduction: Inmaculada Jiménez Morell et Leonor Merino. Introduction: Leonor Merino.
13 Ce titre est extrait d’une expression de Yoha — ce type méditerranéen mythique, maître des facéties —, qui est expliquée dans l’épilogue.
14 De même que Driss Chraïbi et Abdelhak Serhane font revivre la mémoire collective, la rechargent d’un sens nouveau: Ma communication : Polifonía de voces oblicuas en el espacio oral marroquí, XVII Simposio de La Literatura Española General y Comparada, Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, les 18-20 septembre, 2008.
15 Abdellatif Laâbi — Yacine Benchahou, Medio ambiente y desarrollo en el Mediterráneo: estrategias para el futuro, Barcelona, Icaria-Cidob, 2004.
16 La poesía marroquí: de la Independencia a nuestros días, Santa Cruz de Tenerife, Idea, 2006.
17 Il a été lu le 11 juillet à Leganés (Madrid) lors des journées organisées par le comité Marocain de Solidarité pour les Victimes du Terrorisme, la Fondation Hassan II pour des résidents marocains à l’étranger, la Fondation de la Culture du Sud et le Cercle de la Méditerranéenne. Il a été traduit — mais non publié — par Les Éditions Del Oriente y del Mediterráneo.
Lors de cet événement affligeant, Laâbi écrit aussi le manifeste: Sadaqa: construire amitié, qui fut signé par de nombreuses personnalités au Maroc et appuyé par un groupe nourri d’intellectuels et d’artistes espagnols. S’inaugurant ainsi “El tren de la amistad”, un échantillon composé par 192 seaux peints par des artistes et des citoyens marocains afin de condamner les attentats de Casablanca et de Madrid.
Tres Orillas, Algeciras (Cádiz) Revista Intercultural, nº 13-14, Septiembre, 2009, pp. 177-179.

VIBRANTE HOMENAJE A ABDELLAH DJBILOU

Leonor Merino,
Drª Universidad Autónoma de Madrid,
autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes
Publicado: Tres Orillas, Algeciras (Cádiz) Revista Intercultural, nº 13-14, Septiembre, 2009, pp. 177-179.

Este homenaje no es un libro in memoriam con artículos científicos, al que estamos habituados en el ámbito universitario, sino que está engarzado con narraciones, que se convierten en confesiones amistosas, de las vivencias -anécdotas compartidas-, con el añorado y destacado hispanista marroquí Abdellah Djbilou: su etapa de estudiante de doctorado en Madrid, su docencia en la Facultad de Letras de Tetuán de la que fue también vicedecano, su docencia luego en la Universidad del rey Saud de Riad y en la Escuela de Traducción de Tánger de la que fue director adjunto y, por fin, el retorno a su querido Madrid, como profesor jubilado y traductor de la embajada de Emiratos Árabes Unidos.

Éste es el recorrido que he efectuado -en alerta mi alma-, por las líneas de los textos que le han brindado quienes se han quedado en el desconsuelo de su ausencia repentina, pero también con el recuerdo del Amigo en las pupilas, para siempre.

Abre el estupendo libro -maquetado, diseñado e ilustrado por la probada sensibilidad de Saíd Messari-, los testimonios elegíacos de Fernando de Ágreda: “Lloro por tu pérdida/ Y por tanto silencio [...] Lloro ahora por lo que fue/ Y por no haberlo cambiado [...] Bailes y risas sin parar/ Que no he podido evocar/ Hasta hoy, cuando solo es/ Tiempo de llorar”. Rico en recuerdos permanece este afable arabista que, en su soledad y espontánea generosidad, desgrana una pléyade de profesores y lugares de las “dos orillas”, salpicada de acontecimientos al hilo de la evocación del Amigo perdido, instantes de juventud compartida, por tierras fasíes.

Alí Menufi, esforzado hispanista en la Universidad cairota de Al-Azhar -la más prestigiosa del Islam suní-, evoca el tiempo compartido con el amigo-colega, en la pionera programación académica de traducción e interpretación en la Facultad de Letras de Riad, traduciendo ambos al árabe La enseñanza de la traducción, bajo la dirección de Amparo Hurtado Albir de la Universidad Autónoma de Barcelona. Djbilou (Yeblí, Montañés o Montesinos como él decía), sólo permaneció allí tres cursos: “se salvó de la máquina infernal de hacer dinero”. Sus aspiraciones intelectuales eran otras.

Alberto Gómez Font, Coordinador General de la Fundéu, revive de la mano del amigo desaparecido las correrías y andanzas nocturnas por uno de los barrios más castizos de Madrid -Chamberí-, mostrando al mismo tiempo campechanía y desinhibición en su relato fraterno. Alberto conoció bien a Abdellah: el sueño perseguido largamente por ser padre -su culminación en Aiman; el regreso a la capital de España, viviendo en un piso, próximo al del amigo de aventuras, precisamente en el mismo viejo barrio donde había sido estudiante, cuando era un vitalista soltero; el Café Comercial -“su oficina”-, donde se inspiraba y escribía, donde veía pasar la vida, fumando, tras los ventanales del vetusto café-refugio. Sí, Madrid sin Abdellah no es lo mismo, para Alberto.

Mª Jesús Viguera Molins, reconocida arabista, hace referencia al porte apuesto, dinámico, y al amor tranquilo por las dos orillas del amigo ausente, al mismo tiempo que va destacando sus obras admirables. Y a él van dedicados tres poemas sobre Ixbiliya: la Sevilla andalusí por excelencia, tan amada por la dinastía taifa de los ‘Abbadíes, y “por todos envidiada”, como cantó y lloró, en su desesperación mortal, el rey-poeta al Mu‘tamid, ante tanta pérdida.

Precisamente una profesora de la universidad de Sevilla y hoy directora del Instituto Cervantes de Marrakech, Mª Dolores López Enamorado, festeja el valor de la memoria: “rescatar uno a uno los instantes vividos, hacerlos presentes y evitar así que el olvido borre el recuerdo a las personas con las que hemos recorrido una parte del camino”. Así, vuelven las imágenes de cuando era estudiante y fue generosamente recibida por Djbilou, por entonces vicerrector en la Universidad de Tetuán. Mas tarde, los trabajos mutuos compartidos y, siempre, su sonrisa, en la mirada, en sus gestos, en su mesura, que le delataba...

El insigne arabista Pedro Martínez Montávez, cabalmente, se refiere a que “no era sólo su sonrisa”... En un no muy lejano encuentro casual con Abdellah, por el barrio de Huertas en Madrid -cogollo intelectual del Siglo de Oro y corazón bohemio del Romanticismo-, el intuitivo arabista -zahorí del alma hispana y árabe- atisba un rictus entristecido en aquella sonrisa abierta, generosa, que siempre precedía al hispanista amigo. Entristecido, el arabista se pregunta si quienes dedicamos nuestro empeño y parte de nuestra existencia a “traducir” estamos capacitados para interpretar, descifrar, el dolor del Otro, que acalla por pudor o por evitar pesadumbre, desconsuelo, al Amigo. La sensibilidad, la ponderación en los trabajos de Abdellah Djbilou ya fueron loadas por su maestro, sobre todo en orientalismo modernista.

Si Mohamed El Madkouri -dinámico profesor del departamento de Lingüística de la Universidad Autónoma de Madrid-, sentado en el seddari azul dorado de Abdellah y a su lado, se hubiera percatado de que el amigo compatriota se estaba yendo, hubiera “leído en vez de libros muertos en la biblioteca y que están siempre allí, uno vivo, sin ejemplar, que se estaba consumiendo...”. Djbilou, perteneciente a la generación del hispanismo marroquí de formación universitaria española y no francesa como sucedía hasta casi finales de los años setenta -como corrobora El Madkouri en su extenso y ponderado texto-, estaba dotado de una formación sólida, de una personalidad crítica, que se hallaba en su producción intelectual, como escritor, como antólogo, como traductor e intérprete profesional “que valora positivamente al Otro y lo hace dueño de su propio discurso”.

En el verano de 2004, atento y risueño, “sentado entre los alumnos como uno más”, permaneció este tangerino hispanista ante la conferencia de la profesora Maribel Lázaro Durán, originaria de Ceuta: una de las cautivas -junto a Melilla- en Al Ándalus wa I asîrâtâni fî I ibdâ´ al magribî al hadîza. Mujtârât chi`iriyya, obra de Abdellah Djbilou a la que trasladó uno de sus mayores anhelos: “el diálogo de la conciliación y el acuerdo, en el espacio común que nos aproxima a marroquíes y españoles”, en esos lazos que unen, que deberían servir a España de alqantara con el mundo árabe, desde hace largo tiempo. Anhelo del que se ha hecho portavoz esta profesora del departamento de semíticas de la Universidad de Granada que, en sus clases de Literatura Árabe Comparada, inculca a los alumnos el acercamiento a las obras de Djbilou -apellido algo difícil de pronunciar para ellos-, y a sus textos escogidos, “brillantemente”.

Sí, verdaderamente tenía una sonrisa contagiosa y un oído atento en la imitación de las entonaciones, de los dejes, de “los tangerinos populacheros”, para Malika Embarek López -excelente conocedora de la obra de Tahar Ben Jelloun-. Esta marroquí, traductora, fue testigo de la propuesta, “irrechazable”, que hizo Juan Goytisolo a Abdellah Djibilou para que tradujera Al jubz al hafi de Mohammed Choukri. Todo sucedió en Torrentbó, en la terraza de la masía -hoy inexistente- del escritor catalán: recuerdo lejano, brumoso, “tan impactante que a veces sospecho que lo he inventado”.

Y durante un Congreso sobre el Magreb que tuvo lugar en Sevilla, Rodolfo Benumeya Grimau -arabista y escritor que se nos fue sin llegar a ver publicado este homenaje- iba anotando los sentires surgidos entre él mismo y el amigo tangerino y marroquí, en definitiva andalusí. Ahora, era el momento de hacerlos públicos, aunque se inicien de “modo inconexo y terminen bruscamente”. Así, al hilo del escrito referido a las democracias, “control de los medios de comunicación” de Chomsky, o bien ante el titular “Árabes e Islam”, se van desgranando una visión del mundo y una esperanza también de Abdellah, “intelectual humano que, entre bromas y veras, se integraba por entero en las reflexiones sobre la humanidad y el tiempo que vivía”.

Del año 2001 data el encuentro de Paloma Fernández Gomá con el “hispanista que siempre estuvo cerca de la otra orilla que une el estrecho de Gibraltar”. Para dar prueba de ello, le envía su aportación manuscrita, Cien años de la visita de Pío Baroja y Rubén Darío a Tánger (1909-2003), para la revista cultural de ámbito internacional, Tres culturas, que iniciaba por entonces su andadura y de la que es directora esta escritora y poeta madrileña. Luego, muchos proyectos quedaron en suspenso: “Se fue en el mejor momento”.

Otro encuentro fortuito con el amigo Abdellah o Abdallah (“que sabe de las glorias e insuficiencias de la/s cultura/s hispánica/s”), por un barrio de Madrid, rico en esencia y costumbres -que pronto elegiría para vivir, soñar, pasear por sus aceras y parques asido a la manita de su único hijo-, da pié, a la exquisita sensibilidad de la conocida arabista y generosa editora, Carmen Ruiz Bravo, para volver a la Antología sobre Tánger en la literatura hispánica contemporánea, Tánger. Puerta de África, que ella misma editó, así como ofrece la ocasión para esbozar la semblanza de este ser, “solidario y solitario, sociable e intimista, observador atento y ensimismado vuelto hacia lo interior, esteta y vitalista quizá tanto como hombre de profunda dimensión trascendente, a través del arte y del espíritu”.

En 1998, hojeando las novedades literarias en una librería madrileña, Waleed Saleh compró la obra de Djbilou, Diwan Modernista. Una visión de Oriente que reseñó, largamente, en el periódico Al Sharq Al Awsat, en el que, por entonces, colaboraba este gran arabista iraquí de la Universidad Autónoma de Madrid. Sabedor de esta publicación, Abdellah le responde con diligencia, agradecido. Pasados los años, se conocen en Valencia, donde recorren la Albufera y Játiva, topónimos significativos, llenos de vínculos y vestigios árabes. El azar los une de nuevo en la Feria del Libro del Retiro madrileño, muy poco antes de marcharse para siempre, Abdellah: Recuerdos evocados con serena tristeza.

Un homenaje colmado de sentimiento profundo es el de Aziz Amahjour a su profesor-amigo: “tejedor de lazos entre lo árabe y lo hispánico”. En la Facultad de Tetuán-Río Martil y durante el curso 1985-86, un joven Abdellah -“sereno, profundo y preciso”- impartía clases de Literatura Española estableciendo comparaciones poéticas con la Literatura Árabe, al mismo tiempo que evocaba versículos coránicos, “nunca de forma gratuita y siempre con un escrupuloso rigor de método”. Aziz Amahjour, hispanista y poeta, nos recuerda el año de la publicación del Diwan modernista. Una visión de Oriente, coincidente con nuestra entrada en la Comunidad Europea -proclamada a bombo y platillo por nuestra televisión: “por fin somos europeos”-, como si Djbilou nos recordara que no debemos “volver la espalda” a una geografía compartida, “y a un pasado común que grandes monumentos (y muchos elementos no tan visibles) evocan y hacen presentes”. Como si, también, nos abriera de par en par una puerta desde Tánger, con “un quehacer y un arte en el que Abdellah va a destacar con gran maestría”. Emocionada despedida e infinito agradecimiento de quien fuera su alumno, por haber encontrado no sólo ayuda y apoyo en la orientación científica, universitaria, sino Amistad wa trahhumáti 'alaica.

Finalmente, Jaime Sánchez Ratia -escritor y traductor en las sedes de la ONU- describe con soltura y gracejo las largas caminatas compartidas con el colega-traductor marroquí por Nueva York -camino y vuelta del trabajo-, incapaces de adentrarse en los túneles del metro -“antesala del Averno”-. La brasa ígnea de su cigarro impenitente, parece ser que siempre delataba y antecedía a Abdellah. Esa manera de fumar característica de los marroquíes: “actividad que muchos de ellos consideran tan sólo compatible con ingerir ese café negro como la antracita, hipertenso e infartante que acostumbran a trasegar, de Ceuta para abajo, como si fuera agüita de la India”. Y, a veces, también llamaba la atención ese aire, como ausente, ensimismado en su propio mundo, “muy a pesar suyo”. Pero la sorna rifeña de Abdellah todo lo trastocaba con su risa abierta, contagiosa, que hacia darse la vuelta a los solitarios y madrugadores transeúntes neyorquinos, “todos provistos de sus bolsas de estraza, en las que transportan sus cafés resudados y sus bollos pringosos”. Durante una comida, en el inhóspito comedor de la ONU, mientras Abdellah recita de un tirón los versos de una elegía del ciego sirio Al-Maari, Jaime se percata de que “con lo que en él había de árabe se podían hacer al menos una docena de arabistas”, a pesar de ser hispanista.

Abdellah Djbilou, que contribuyó a cultivar semillas de comprensión y entendimiento entre los seres humanos con destreza y generosidad, mereció este sentido homenaje.

Un homenaje a la Amistad, un recorrido por la Memoria, una despedida que no quiere dejar lugar para el Olvido.

Un homenaje, para volver, ahora, a su obra. Descansa en paz, sadiki. Rahmat-Al-lah 'alaica.

Nuevas del Aire nº 59, Madrid, 2009, pp. 9-12.

Palabra que vuela al universo tunecino o magrebí

Leonor Merino,
Drª Universidad Autónoma de Madrid,
autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes
Publicado en la Revista: Nuevas del Aire nº 59, Madrid, 2009, pp. 9-12.

A la escritora Cécile Oumhani, aunque nació entre Francia y Gran Bretaña, una larga estancia en Túnez durante los años setenta y luego su matrimonio con un tunecino originario de Béni Khalled -y pese a que este hecho sea anecdótico-, le permitió tejer lazos indefectibles con este país: su lugar interior donde quiera que se encuentre, porque Túnez entró en su manera de aprehender el mundo. Como si un país, una cultura y una lengua estuvieran tejidas en ella para siempre.

Su primera novela Une odeur de henné (Paris-Mérditerranée/Alif, 1999) -“una joya de autenticidad y empatía”- se encuentra entre las numerosas novelas que evocan a las mujeres del Magreb confrontadas a las tradiciones y a su deseo de vivir según sus aspiraciones, como Kenza sedienta de libertad incluso si debe sufrir por los desgarros provocados por el clan familiar. Mensaje de libertad y de emancipación con una escritura de gran sensibilidad, clarividencia sin complacencia y con objetividad en ese afán siempre por enlazar las orillas francesas y tunecinas, donde lo que prima es una búsqueda ontológica transportada en periplo geográfico.

En su siguiente obra, Les racines du mandarinier (Paris-Mediterranée, 2001), tiene esencialmente por tema el matrimonio mixto entre Marie, francesa, y Ridha, tunecino. Su amor no tuvo en cuenta las fronteras, pero cuando Ridha regresa a sus raíces, las de su esposa se estrechan. ¿En qué va a convertirse ese amor y qué referencias tendrá Sofiane, el hijo nacido de ese mestizaje? Cécile Oumhani, utilizando un lenguaje mediterráneo, explora la profundidad, el desgarro y la complejidad de los personajes en esa búsqueda de la identidad humillada y con mensaje de tolerancia y de interculturalidad.

En Un jardin à la Marsa (Paris-Méditerranée, 2003), bajo la evocación de dos épocas de infancia que padre e hija intentan al fin unir, se encuentra la búsqueda de uno mismo de la mano paterna, en la otra orilla. Assia, personaje central, confirma, casi a costa de su vida, debido a un accidente en la montaña, que no se puede vivir amputada de su historia original, de ahí el peso del dolor acallado, vehículo del silencio imperturbable de Fouad, afligido por la muerte de su mujer en un accidente de carretera, allá en Túnez: Ese padre de la niña de las dos orillas que, en pacto tácito con Adeline, la abuela materna, creía actuar bien al desear borrar en Assia todo lo que procedía del Sur del Mediterráneo. Hasta en la obstinación por deshacer su pelo ensortijado o destruir sus sueños de perfumarse con jazmín y alheña.

En la obra de Cécile Oumhani, inscrita en un universo mediterráneo, se encuentran también las orillas francesas y británicas1 , con la preocupación constante de acercar seres, culturas y de amasar palabras como si fueran pintura -que se lo debe a su madre, fruto de un matrimonio intercultural, nacida en la India y pintora-. Porque también para todos los escritores y escritoras magrebíes, estar en el mundo y mirarlo implica la desaparición de fronteras, la travesía de los territorios, puesto que más allá está el encuentro y la emoción de lo que nos une en el prisma de las diferencias: “las orillas jamás cesan de volver a dibujarse, atrapadas bruscamente por la ola y el milagro de las palabras que se escriben como aquellas que se dicen, a través de velos impalpables que envuelven nuestras lenguas”, señala Oumhani en “Carta a una amiga turca”.

Para esta escritora las palabras se inscriben en una encrucijada de caminos donde se enlazan los murmullos del mundo que la rodean, y los ecos que se despiertan en ella la transportan en velero por el universo.

Así, Cécile Oumhani escribe en ausencia del lugar amado y porque la magia de las palabras le permite unirse con un ayer que le obsesiona o con un tiempo perdido donde memoria y reflexión se enlazan, para abrir el camino de unas páginas que parecen ser la única salvación posible, como en su ensayo, À fleur de mots. La passion de l’écriture (Chèvrefeuille Étoilée, 2004) que trata igualmente de su relación con el país tunecino, con su dialecto -“me alcanza y me envuelve como desde una lejana infancia”-, y del afecto que manifiesta por los seres y las cosas y de ese deseo de “comunión” que es la escritura: “La pasión de escribir aísla al escritor en la soledad de su cuerpo a cuerpo con la escritura, una vez lanzada la llave que abre la morada de los otros en el fondo de un lejano bocal, lleno de flores secas y guijarros”. [...] “Escribir requiere la desaparición, sino el aniquilamiento de uno mismo, para esperar conservar entre las manos lo que huye para alcanzar lo imperceptible”. [...] “Búsqueda de palabras contra la muerte, contra el olvido, ¿la escritura puede existir sin pasión?”

En esta pequeña obra, el último capítulo, “Calligraphies...”, y el único que lleva un título -“agosto 2004”- es il tempo forte de esta partitura musical, donde la página “es un extraño país de aguas y reflejos”, y las palabras “guijarros apretados entre nuestras manos”, “incubadas como pavesas frágiles”, “astros en la página, desgranados como vastas constelaciones para la marcha de seres cegados en una noche devoradora de tiempo como de esperanza”. Mientras, en el silencio, en el trazado de la caligrafía de esta escritura serena y apasionada, duermen los trazos luminosos de la pintura de la madre, fallecida en julio de ese mismo año, 2004.

En Demeures de mots et de nuit, sugiriendo lo inasible y atravesando imágenes de la noche “tejida de bruma”, dirá esta poetisa apasionada de absoluto -“el rostro de la noche tiene tantos colores/ y nosotros los envolvemos con sábanas mojadas de/ lágrimas y tejidas con olvido del mundo”-, en esa relación suya íntima con las cosas, rozándolas con gran delicadeza y pudor, al igual que a las palabras que horadan a la poetisa como la noche. Mientras que las ilustraciones abstractas de la joven pintora coreana, Myoung-Nam Kim, establecen una comunión recíproca con los poemas, porque en el encuentro con otro medio de expresión artística se descubre, en las dos creadoras, la parte desconocida.

A propósito de “la demeure ancienne”, palabra que vuelve a sus textos, como en À fleur de mots, se trata de la morada que nos ha moldeado, “se podría también decir de la sociedad, como refugio donde a veces estamos protegidos, guiados, pero el precio de esa protección es una amputación de nosotros mismos, un renacimiento a otra posibilidad que la sociedad no tolera "bajo su techo". A pesar de todo podemos ir en búsqueda de esa parte oscura, que se ha querido erradicar en nosotros. En ese espacio es donde se encuentra el otro lugar. Lugar también de fracturas, porque ese espacio debemos arrancarlo, porque no nos ha sido ofrecido. Para mí -sigue señalándome Cécile Oumhani en su correspondencia conmigo-, la luz viene de lo que está más allá de las normas, lo que surge de los lindes de ese otro lugar que rechazan las normas”.

En sus doce relatos, Fibules sur fond de pourpre (Encres Vagabondes/Le bruit des autres, 1995), narrados con lucidez y bañados de ternura, los héroes y heroínas, ante sus negadas existencias doblegadas por el peso del fardo que les inflige la familia o la sociedad, se rebelan y finalmente se liberan al precio de la soledad, el rechazo, la locura o la muerte. Ya no sólo las mujeres tienen la exclusiva del dolor, puesto que un hombre afligido, Nejib, está en el corazón de uno de los más hermosos relatos de la colección: “Le Pari”. A propósito de este comentario mío comunicado a la escritora, me responde: “Creo profundamente que las mujeres no tienen el monopolio del sufrimiento, y creo también que, en una sociedad que maltrata a las mujeres, los hombres tampoco pueden ser felices”.

En su novela Plus loin que la nuit (De l’Aube, 2007) -que recoge la palabra “noche”, tema recurrente en esta escritora porque refleja la angustia del ser humano y su incertidumbre-, el camino y el destino de dos mujeres, Ahlam que viene del Magreb y May de Edimburgo, disconformes con su propia realidad -soledad y frustración- de la que huyen -“más lejos que la noche”-, y que después de avatares van a cruzarse en Finlandia en un espejo invertido: camino y destino, y reflejo también de nuestros dos mundos en los que aparece el aplastante peso patriarcal, en una soberbia novela, donde la escritura cruza la música, la pintura, el arte: punto de reencuentro universal y deseo de nacer a uno mismo.

Su reciente novela, grave y poética, Le café d'Yllka (Elyzad, 2008. Premio literario europeo de la ADELF, 2009), nace de un rostro con el que la escritora se ha cruzado en el aeropuerto de Budapest, “una mañana de octubre, velada de brumas”. A partir de esa tristeza fugitiva, acude la guerra, la pérdida, y el pensamiento sobre todos los desaparecidos de la ex-Yugoslavia. Porque, ¿cómo continuar viviendo cuando no se sabe si aún continúa con vida un ser querido o si ha muerto desde hace tiempo?

Guerra en Los Balcanes, que divide, que ha conmocionado a esta escritora y la ha llevado a la creación de Yllka, de sus hijos Emina y el pequeño Alija, de su esposo Edin, de su amiga Marija, del tío Feti, de la abuela -que “parece que no llegará jamás a atravesar el jardín” camino del refugio cuando las sirenas se enroscan en el cielo y las bombas retumban-, de la alegre Ismeta, segada a plena luz del día por los tiros enemigos, mientras sus brazos se abren hacia el cielo: “Dos pétalos que atraviesan la eternidad”.

La muerte merodea las calles. Yllka decide poner a salvo a sus hijos, lejos, en Slavonski Brod. Tal vez, “más allá de la Save, estarán al abrigo en Croacia”. Años después, vuelven los recuerdos a Emina que plasma en su cuaderno, letras en cursiva, puntos suspensivos que traslucen lo acallado, el dolor, el olor a café que preparaba Yllka, su ternura. El tiempo transcurrido en una casa de huéspedes, el rechazo de Emina a vaciar la maleta mientras la ropa se va quedando pequeña, durante la larga espera de Yllka. Su ausencia. Tal vez mañana. Emina regresa a Sarajevo tras largo exilio, camina errante en su búsqueda con un brillo de esperanza en su mirada y tras la huella del olor a café del pasado, que ahora parece haberse convertido en el olor a humo de una casa en ruinas: “"Refugiados de Bosnia... Han conocido la guerra... No saben dónde están sus padres"”.

Reciente es también la colección de relatos La transe (Jean-Pierre Huguet, 2008) que se inscribe como prolongación de Fibules sur fond de pourpre, voces con frecuencia femeninas, donde la autora erige retratos cercanos en el flujo de la encrucijada de culturas. El primer relato, que da título a la colección, “El trance”, el baile, transporta a Ajmi más allá del vacío, se escapa, embriagado por otra región en la fiesta por la circuncisión de un pequeño familiar. En el siguiente relato, Oum Ali, que trabaja de criada, llega a Túnez para asistir al “Juramento” de su joven hijo recién nombrado abogado en el palacio de justicia. La majestuosidad del lugar y el desprecio del bedel no consiguen intimidar su alegría y orgullo maternos. “De ceniza y rosa” es motivo para la descripción del paso del tiempo, el anhelo marchito, sobre el cuerpo de Leïla cubierto de olorosa arcilla en el hammam.

También está Lamia, “La arlesiana”, a quien la larga espera de su amado Najib la ha desecado como el lecho de un río, por lo que decide partir en su búsqueda arriesgada, en una patera que hace agua. La atmósfera y el arte del pequeño taller de modista de Hayet, en el relato “El vestido”, están descritos hermosamente, así como la angustia, el miedo y el incierto desenlace, ante un paisaje con “Las últimas nieves”. Mientras tanto, Jamila vive recluida desde hace veinte años en un marco bucólico que no desea y que la ha convertido en neurasténica, como a ese perro peligroso de la vecindad que la amedrenta por estar atado a una gruesa cadena todo el día. Al descubrir que ha sido engañada por su marido, “[Un] paseo por el mar” será motivo para que se acentúe su repulsión por Abdelhaq y para llevar a cabo su mortífera venganza.

En el único relato con dedicatoria, a “las mujeres de Sidi Bel Abbès que han leído y amado este relato”, Zohra encuentra su salvación a través de los dédalos de la pintura. Y en el último relato, “La lechuza”, Malek, en su soledad escogida, sabe bien que, pacientemente, “ha anudado lazos diáfanos entre las dos orillas [...] ha vivido tendida hacia esos destellos de felicidad que brotaban, incluso si vivían en otro lugar”, como la escritura de Cécile Oumhani cuyas raíces están en Túnez, en Francia y en cualquier espacio.

Doce relatos que describen la sicología de los personajes y su entorno con agudeza. Pequeñas cajas perfumadas de instantes aprehendidos dejados en suspenso, en los que, como en la confusión de un sueño, todo puede tornar en esperanza o pesadilla, pero siempre con una escritura descriptiva, cercana, como gotas de lluvia resbalando a lo largo de hermosas vidrieras.

Porque Oumhani encarna la poesía, búsqueda de lo esencial, cerca del silencio de las cosas, la visión del más allá, atravesando lo que está demasiado inmediato, en una visión que se mira en la magia del trazado de la escritura en ese deseo de claridad y de tocar, de aprehender los sentimientos en la huida de una mirada, de captar lo que se entreapercibe y se acalla, como travesía de territorios, como nostalgia y ausencia de los lugares, como anhelo en la vibración de una palabra.

Su obra poética, huella de rostro plural en espacios infinitos, (A l'abside des hêtres, Loin de l’envol de la palombe, Vers Lisbonne, promenade déclive, Des sentiers pour l’absence, Chant d'herbe vive, Demeures de mots et de nuit), esos lazos con Túnez y esa escritura representativa de todas las orillas son la razón por la que hoy me haya aproximado a su obra, puesto que incluso en algunos de sus títulos hay una palabra que vuela hacia el universo tunecino o magrebí.


1 Su Doctorado, en estudios británicos, fue dedicado a Lawrence Durrell.
L.E.A., Madrid, nº 93, abril-junio, 2009, pp. 22-23-24.

Rita EL KHAYAT: marroquí, árabe-musulmana, ciudadana del mundo

Rita EL KHAYAT: marroquí, árabe-musulmana, ciudadana del mundo - L.E.A. Núm. 93
EL PAÍS, "Babelia 919", suplemento cultural, sábado 4 de julio, 2009, p. 11.

Sin habitación propia

Leonor Merino,
Drª Universidad Autónoma de Madrid,
autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes
(Publicado: en EL PAÍS, “Babelia 919”, suplemento cultural, sábado 4 de julio 2009, p. 11.)

La escritora argelina Assia Djebar, que ha recibido importantísimos premios a lo largo de su numerosa obra literaria (traducida en veinticuatro lenguas), ofrece una gran importancia al lenguaje del cuerpo, porque el cuerpo es también una lengua. Al mismo tiempo, sus obras están sólidamente estructuradas, en varios estratos que se yuxtaponen, se rozan, se transforman en una unidad, puesto que existe siempre un hilo de Ariadna que enlaza los capítulos: las investigaciones históricas, literarias, se enlazan con la vida y el imaginario de la narradora, inspirándose algo en la experiencia prustiana.

El título, Sin habitación propia (Nulle part dans la maison de mon père), lleva a la cuestión del “exilio”, exilio interior, exilio espacial y familiar. La imagen del padre amado, venerado y temido, recorre esta novela muy elaborada, atravesada por el dolor y la confesión que desgarra. Una escritura de conmovedora belleza, cincelada, un yo majestuoso, sereno, autobiográfico, que describe un acontecimiento doloroso de su sensible adolescencia. Obra inspirándose de la memoria y del imaginario, hermosamente enlazados, a imagen de la escritora y la narradora.

Assia Djebar posee el arte mágico de narrar y el encanto de una escritura evocadora, no sólo en lo que se refiere a la sonoridad de la palabra escogida, sino también a nivel del intelecto, tan ricas son sus novelas en evocaciones históricas, con referencias sociales y expresiones psicológicas, mientras se abandona al flujo de la memoria intimista, entre el vaivén del Tiempo y del espacio, esculpiendo las palabras, expresando el deseo vehemente de ir a investigar en la Historia, la música, el arte, la filosofía, la arqueología, el griego antiguo, el latín, la lengua líbico-bereber, la memoria colectiva argelina.

Djebar, escriba de la Historia, del dolor y la esperanza de su pueblo argelino, integrados en su propia historia. Y cuando la ficción acompaña a la Historia contemporánea, cierta verdad y anhelo ilumina la faz de nuestro mundo.

Nuevas del Aire nº 58, Madrid, mayo 2009, pp. 22-25

Amina Saíd voz poética de iniciación a la vida

Amina Saíd voz poética de iniciación a la vida
EL PAÍS, miércoles 18 de marzo de 2009, p. 45.

IN MEMÓRIAM” Abdelkebir Khatibi, escritor y poeta marroquí

En las literaturas magrebíes de lengua francesa, partícipes de la literatura universal, que están entroncadas, especialmente, en la literatura francesa y en la árabe, destaca el marroquí Abdelkebir Khatibi, cuyo nombre significa Siervo del Poderoso. Oriundo de Al Yadida, así rememora su nacimiento en su pionera e innovadora obra Le roman maghrébin: “Nacido el día del Aíd El-Kebir, mi nombre sugiere un rito milenario y me llega a suceder, en esa ocasión, que imagino el gesto de Abraham degollando a su hijo”.

Su obra engloba el ensayo, la novela, el poema, el teatro, y su escritura metafórica y filosófica se apoya en un gran proyecto de cultura plural. Khatibi al igual que Rilke, Cocteau y Nerval, se realiza en el desierto del espíritu para intentar afirmar, más allá de la identidad y de la diferencia, la reconciliación con un yo dividido.

Lejos de una conducta nihilista y desesperada, este gran sociólogo, que se interesa también por la semiología, elabora, a través de un trabajo de descentramiento intelectual, una síntesis entre el hombre y el universo, sobre todo en el Magreb en el que la literatura está marcada por “la ruptura entre el relato árabe tradicional y la novela de inspiración occidental”, y en el que los autores -en general- conocen “las tensiones perturbadoras del bilingüismo”, señala en la citada obra, Le roman maghrébin: estudio imprescindible sobre estas literaturas, al igual que su magnífico texto La Mémoire tatouée.



Escritura del deseo

En La blessure du nom propre (1974), el escritor se pone “a la escucha de la cultura popular árabe”, intentando desvelar “el verdadero cuerpo” al establecer cinco sistemas de signos: signos gráficos como el tatuaje, la caligrafía, signos orales como los proverbios, los cuentos y, finalmente, la semiótica erótica de El jardín perfumado.

Su texto Le Lutteur de classe à la manière taoïste son poemas en los que es preciso meditar “sobre el giro del doble lenguaje”. Le livre du sang es una obra de amor y ruptura. Drama de la belleza equiparada al mal, desgarro íntimo que provoca la escritura y que, al mismo tiempo, intenta velar. Persecución de un sueño de indivisión en un éxtasis final que puede ser la calcinación y la petrificación en la muerte.

De notable escritura poética es Amour bilingue, que trata del bilingüismo -como experiencia entre dos lenguas- y del Amor -como desposeimiento de uno mismo-. Esa escritura de Khatibi está atravesada por la relación de lo que sucede entre dos seres y por lo que brota en su proximidad: entre ilusión y desilusión, el juego de la escritura amorosa no es más que una interrogación de esos “primeros estremecimientos, que existen en el juego de hablar juntos”. Par-dessus l'épaule son fragmentos sobre “un psicoanálisis personal”, aprehensión del secreto entre el principio masculino y femenino.

En Le Même livre, Abdelkebir Khatibi y Jacques Hassoun mantienen una correspondencia tras haber leído, respectivamente, sus obras. Y Correspondance ouverte es un diálogo novedoso, en el mundo árabe y musulmán, entre Khatibi y la escritora Rita El Khayat.

Khatibi, sirviéndose del texto del Tao Te King, diluye su propio pensamiento, haciendo que éste fluya en esa metamorfosis de música y lenguaje -que es la poesía- donde el verso se ha convertido en canto polifónico. Premiado internacionalmente, era miembro de la Unión de Escritores de Marruecos, desde 1976, redactor jefe del Boletín económico y social de Marruecos y luego director de la revista Signes du Présent.

Sus profundos ojos verdes se cerraron para siempre el pasado 16 de marzo por la mañana, en Rabat. Tenía 71 años. Por las aceras de Madrid, y por el hotel Victoria aún flota su recuerdo y resuenan sus palabras, cuando vino acompañado de un elenco de escritores magrebíes, hace ya más de una década. Entonces me habló de la influencia -entre otros- de Nietzsche y de Baudelaire, en su obra, y añadió: “Mi escritura es un trabajo que se basa en el deseo”.

Leonor Merino,
Drª Universidad Autónoma de Madrid,
autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes
Anaquel de Estudios Árabes (Publicaciones Universidad Complutense de Madrid) nº 20, 2009, pp. 257-258.

Pretensiones Occidentales, Carencias árabes

Leonor Merino
(Drª Universidad Autónoma de Madrid, especialista en Literaturas del Magreb y traductora)
(En prensa : Anaquel de Estudios Árabes, vol. 20, 2009, Publicaciones Universidad Complutense de Madrid)

Pedro Martínez Montávez recoge en este libro (que da título a este trabajo y publicado recientemente en CantArabia & Visión Libros, 2008), sus artículos de prensa sobre la evolución de las relaciones coloniales entre Occidente, el Magreb y el Maxreq (Próximo-Medio Oriente), entre 1995 a 2006. Buena parte de estos artículos se publicaron en el periódico El Mundo (Madrid).


Este insigne arabista, en su conocimiento hondo y respetuoso por el mundo árabe, se esfuerza por ofrecer a su voz un matiz cercano, un diálogo con su lector -en espíritu-, que le ayuda a esclarecer este mundo desconocido -para la gran mayoría.

Porque recurrir a lo que se piensa y se escribe en el mundo árabe, es decir, estudiar las culturas desde dentro en su aspecto literario, social e histórico -aún sabiendo el sufrimiento y el gozo que generan- es la garantía de dar al término intelectual un sentido profundo y respetado: sus análisis tocan la raíz del problema y el acontecimiento puntual -al hilo de la actualidad-, y leídos, pensados, reflexionados, tiempo después, poseen carácter premonitorio.

Varias y graves preocupaciones conforman el pensamiento de Martínez Montávez, que van concatenadas, engarzadas, alambicadas: La larga crisis del mundo árabe contemporáneo, en su fragmentación e indecisión, en su dolor y frustración, agravada por la política neo-colonial que se ejerce contra este mundo: “si en el tránsito del siglo XIX al XX se produjo la expansión colonialista, en el tránsito del XX al XXI se está produciendo la expansión neocolonialista, que quizá sería más acertado llamar neo-imperialista”.

En esa “presunta superioridad de Occidente”, todas las potencias han querido colonizar las dos orillas del Mediterráneo, “un gran pasillo”, puesto que a lo largo de estos últimos siglos: “el Occidente cristiano ha sido el agresor y el Oriente árabe islámico uno de sus agredidos, posiblemente el que lo ha sido de manera más alteradora y revulsiva”. Y llama nuestra atención, también, ante esa disyuntiva por vertebrar la orilla norte del Mediterráneo sin preocuparse por vertebrar su orilla sur.

El arabista -conmocionado desde hace tiempo- advierte de las repercusiones desastrosas de esa política, al mismo tiempo que se duele por el gran drama humano del pueblo palestino: “Se sigue sin reconocer la gran porción no sólo de error, sino también de delito, que hubo precisamente en la fundación del Estado de Israel”, puesto que se trató de erigir un monumento de memoria sobre un escombro de olvido: Palestina (El poema es Filistín).

Porque, “¿se puede liquidar totalmente a un pueblo y a una idea?” “¿En nombre de qué?” Y mientras los puentes -alcántaras- que muchos intelectuales e investigadores han erigido se están erosionando y arruinando, se va afianzando la conjunción americano israelí, “que muchos árabes llaman con gracia Isramérica o Amerrail”. Y con indignación señala, ahora: “Todo ello, con la inexplicable falta de decidida respuesta internacional (que en otras circunstancias similares, sin embargo, se ha producido, y muy rápida y contundente), con la miserable actitud comprensiva de EEUU, y con la vergonzosa pusilanimidad y humillante silencio de los regímenes árabes”.

Sí, Iraq... y Palestina, ¿y Siria? y ...: “Solamente los muy cándidos de espíritu, los muy limpios de pensamiento, y los muy puros de corazón -¿cuántos existirán todavía?- pueden seguir creyendo que lo que sucede en cualquier lugar del Maxreq afecta sólo a ese lugar y no se inserta en la apretada trama de toda la región, que lo que allí ocurre no responde a un plan neo-colonial expansionista estadounidense, y que EEUU e Israel no están absolutamente de acuerdo y actúan de manera conjunta, complementaria y realmente única, en la ejecución de ese plan”.

Y ante “tanto despotismo interior como despotismo exterior”, los pueblos son las únicas víctimas de tanto desatino, de tanta impiedad. “Pero el engreimiento y la soberbia que les ciegan, les traicionan también. Sólo así se explica que el general Franks considere que Iraq "es tan sólo un trozo de queso que cortará con su afilado cuchillo"”.

Y entre tanto engaño, entre tanta agresión, económica, geoestratégica y política, ¿cómo no va a ser otro de sus desvelos el terrorismo?: “Ocupación y resistencia constituyen también hechos paralelos e indestructiblemente entrelazados”. Pero el arabista también se había pronunciado ante los atentados del 11 S: “los autores y responsables de estos atentados no han cometido sólo una acción bárbara, sino también un no menos bárbaro error. Y si se dicen musulmanes, peor aún, doblemente peor”. Porque monopolizan falazmente el Islam: originariamente salvaguardia, paz, la condición humana equilibrada en función del absoluto en el alma como en la sociedad. Pero, por qué no se habla de otras modalidades existentes, de otras variantes, “no menos aterradoras: por ejemplo, el terrorismo institucional, el de Estado, el del ejército”.

Para el autor, el respeto humano, el auténtico diálogo, la profunda cultura, la erradicación de las injusticias sociales serían la solución a los desafíos universales. Su pericia, su intuición, su fino análisis -zahorí de la verdad- y, sobre todo, su valentía, lejos de todo estereotipo y zalemas convenidas, han logrado que toda una generación de arabistas e investigadores necesiten escuchar su voz, porque la serenidad, la intachable trayectoria del autor, dignifican a la humanidad y porque cuando en el campo investigador se yergue la dignidad, el titánico desafío del derecho a la calma, a la paz, a la objetividad, a la reflexión y al estudio, tenemos todos que felicitarnos por poder contar -a pie de calle- con tal ejemplo magistral.

Nuevas del Aire nº 57, diciembre, Madrid, 2008

El velo al desnudo

El velo al desnudo


Publicado en : Nuevas del Aire nº 57, Madrid, diciembre, 2008, pp. 13-14
Leonor Merino (Drª Univ. Autónoma de Madrid, autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes y traductora)


Badia Hadj Nasser, nacida en Tánger, sicoanalista y dedicada a la investigación desde hace tiempo, escribió en 1985, Le voile mis à nu (París, Arcantère), que ha sido traducida al castellano, en 2007, con el título El velo al desnudo (Alcalá la Real -Jaén-, Alcalá Grupo Editorial).

Esta novela osada -en la escritura de una mujer para aquellos años-, que se desliza entre el canto a la oralidad y el arduo aprendizaje de la libertad individual en una sociedad árabe patriarcal, analiza también el efecto olfativo de diferentes flores y perfumes unido a sabores almibarados en ricas sinestesias, como la canela, la rosa, el almizcle, el ámbar, el sándalo, el jazmín, el jengibre, el naranjo y el perfume dulzón de las palmeras: “Mi piel un hilo de ámbar. La miel de mi alegría se vuelve un licor amargo”.

Así como también describe la exhalación de olores fuertes, agrios, atrevidos: “Asunto de mujeres: olor de conchas, de sangre seca, de sudor y de orina caliente”. [...] “¡Ese horror de goma! Yo, Yasmina, pienso en una alberca. Sé que los hombres tienen un líquido gris y sucio como el agua de fregar”. Frases que denotan toda “una memoria en la nariz”, y placeres gozados que dejan “su jugo en [las] encías”.

Aunque está escrita al principio en tercera persona, pronto, sin embargo, la narración se desliza hacia el “yo” del lenguaje corporal -como conquista progresiva de la identidad del sujeto-, para narrar, con fecunda imaginación, los múltiples deseos sexuales y eróticos del cuerpo liberado que se baña en los placeres de los sentidos, ya que “las tierras del Islam” la convierten en “claustrofóbica”, y puesto que ese velo descubre situaciones que hay que ocultar, disimular, pero que están presentes en ciertas realidades, y en la tradición erótica árabe, verdadera oda al placer, como en la obra Le jardin parfumé del Cheij Nefzaoui.

De ahí, que cavile la citada Yasmina, personaje principal de la novela: “debo estar callada, mirar e impregnarme del ejemplo de las mujeres mayores”, y que también declare: “El recurso a la astucia, a la mentira para obtener una migaja de libertad”.

Casada pero enamorada de Philippe, un cooperante francés, debe encontrar su propia identidad y “desembarazar[se] de la amenaza de lo prohibido”: “Estoy ligada físicamente a los valores del pasado, a las más estrictas tradiciones”. [...] “He sido siempre la hija de alguien, la esposa de alguien”.

En su sociedad tradicional, se encuentra la valoración del hombre por encima de todo: “Las mujeres de la casa tocan "la cosita", como ellas dicen, de mi hermano. Cuentan historias futuras y el porvenir conquistador de la cosa [...] Yo, por el contrario, poseo algo feo y temible. Algo que uno no sabe si es infinitamente despreciable o infinitamente precioso. Entre el ombligo y los muslos estoy maldita”.

En la sociedad ancestral, se encuentra también el amargo recuerdo de la circuncisión para los chicos, la vigilada virginidad para las chicas, el silencio doloroso del padre ante la pubertad de la hija, el matrimonio concertado, violento, con “certificados de virginidad”, debidos al “pánico”, en el caso de que la sangre que brota del himen no satisfaga a las familias en la noche de bodas1 : “Sangre de la virginidad expuesta para asegurar que fuiste el primero en violarme. El holocausto al tirano hermano, padre, hijo, primo. Nosotras pagamos el honor. Virilidad igual a honor. Nosotras expuestas. La angustia, el sufrimiento, la muerte. Nosotras nos resignamos a lo inmundo. Perpetuamos nuestras risas y nuestros cantos”.

Sin embargo con Philippe, el amante francés, se inicia la senda como mujer y como árabe: “Nosotros dos. Paredes, cielo y mar. El verano para confundirnos el uno con el otro, Sus brazos me envuelven. Una arena caliente me acoge. Al ras de mis pestañas, el mar acribillado por la luz [...] Esa ternura cuando me besa sin prisas una y otra vez. El mundo se acopla a nuestra dimensión”.

Pero un accidente de aviación trunca ese amor compartido: “siempre he sabido que la alegría era corta”.

Luego, ya repudiada y en París, la soledad, la bulimia, y la emancipación exacerbada, en brazos de unos y de otras, a pesar de las represiones inculcadas, a pesar de haber recibido una educación con “una reserva extrema y a defenderme de los hombres”, que impedía “amarlos físicamente”. A pesar de desear, por encima de todo: “encontrar a un hombre árabe que acepte a caminar por la calle con nosotras, que se siente en la terraza de un café con nosotras, que nos hable, que rechace esa mordaza, el velo”.


(1) Otras escritoras marroquíes recogen esta circunstancia, así como, comparativamente, los textos argelinos, por no citar más que a las escritoras: Assia Djebar, Myriam Ben y Malika Mokeddem.
Nuevas del Aire nº 56, mayo, Madrid, 2008

Renacerás, Argelia

“Renacerás, Argelia”
En su identidad árabe y musulmana, hombres y mujeres se abren paso en inconmensurable sed de vida


(Publicado en: Nuevas del Aire nº 56, mayo, Madrid, 2008, pp. 18-19)
Leonor Merino (Drª Univ. Autónoma de Madrid, autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes y traductora)


“En el fondo yo sólo escribo lo que gran parte de mis compatriotas repiten desde hace años”, dijo, recientemente, el escritor argelino Boualem Sansal (EL PAÍS, “Babelia”, 12.04.08). Porque frente al horror de aquellos años noventa y ante su cortejo fúnebre -aun cuando la literatura pueda parecer a algunos un lujo inútil contemplado desde nuestra atalaya de países prósperos envueltos en nuestra tranquilidad y certezas-, la palabra literaria, creadora, urgencia y exigencia de contar ante la inminencia del desastre, es la última defensa, salvaguardia de la sinrazón. Tal vez el único lugar donde lo innombrable alcanza a vislumbrar un sentido que permita vivir, sobrevivir, a pesar de todo: “De noche oíamos los tiroteos nocturnos, los bombardeos sobre las montañas cercanas y, al amanecer, la ropa tendida aparecía moteada por las cenizas de los incendios de los bosques. No había nada que hacer, y para matar el tiempo me puse a escribir compulsivamente” confesaba Boualem Sansal al periodista Ignacio Cembrero. De aquella horrible pesadilla nocturna, nació su novela Juramento de los bárbaros.


Los escritores argelinos, que siempre abogan por la mujer, fueron testigos de ese decenio negro y sangriento mientras los textos laten al pulso del miedo y la desolación, por no citar más que a Rachid Boudjedra, Yasmina Khadra, seudónimo de Mohammed Moulessehoul, Anouar Benmalek, Adbelkader Djemaï, Rachid Mimouni o Amin Zaoui.


Cuando, alrededor de la vida, corre la sangre, no hay olvido posible, los escritores ofrecen el testimonio de una realidad latente, que duele, pero las palabras también pueden hacer daño, porque iluminan y desvelan, hablan del horror y su barbarie, nombran lo innombrable.


Aquellos fueron años convulsos para la Historia argelina, en los que los intelectuales fueron perseguidos y asesinados. El escritor, poeta y periodista Tahar Djaout fue el primer blanco de una larga lista y, de repente, sus palabras se llenaron de doloroso sentido: “El silencio es la muerte/ Y tú, si hablas, mueres/ Si te callas, mueres/ Entonces, habla y muere”. Y su dulce sonrisa se hizo más límpida y la grandeza de su alma más clarividente. También la oscura mirada del poeta argelino Youssef Sebti, clavada en la navaja del verdugo, se hizo más inmensa, y el gran autor teatral Abdelkader Alloula, más cercano, desde su dramático asesinato. Y tantas otras muertes, que hay que evocar de nuevo para no olvidar, Mohamed Boukhobza, sociólogo, Mahfoud Boucebci, siquiatra al servicio de los niños, Saïd Mekbel, periodista: Retratos fúnebres, emotivo espacio teatral igualmente en el momento de la inhumación, que están recogidos en la escritora argelina Assia Djebar, en su obra El Blanco de Argelia.


El eco de rabia telúrica de numerosas escritoras argelinas resuena con fuerza para denunciar el integrismo y la intolerancia. En La troisième fête d’Ismaël. Chronique algérienne, Naïla Imaksen, seudónimo de Soumya Ammar Khodja, se manifiesta para que nada quede impune: “Escribir, escribir como para erigir un monumento conmemorativo. Anotar nombres, fechas, testimoniar, dejar huellas, cortar el paso al olvido”, donde Sarah, la narradora, mantiene la crónica de un año de violencia: 1993-1994. También la audacia de Fériel Assima en su testimonio, Une Femme à Alger. Chronique du désastre, describe la atmósfera crepuscular y la devastación de las almas argelinas.


Los relatos Algérie, le massacre des inocents de Nassira Belloula, seudónimo de Nassira Azouz, llevan una dedicatoria sobrecogedora, en la que nombra niños y adolescentes y la manera en la que fueron asesinados, “a ellos y a todas las demás víctimas, a todos los testigos pasivos y frágiles con un odio sin límites, dedico este libro”. Hafsa Zinaï-Koudil, con textos llenos de arrojo y títulos explícitos (Le papillon ne volera plus, Le Passé décomposé), en su relato-testimonio, Sans voix, hace alusiones a la obra y al mensaje del joven escritor asesinado, Tahar Djaout, que subrayan la necesidad de tomar el relevo y de continuar la lucha por la escritura a pesar de los riesgos: “Del fondo de mi sueño, la voz del poeta decía: ¡Resistid! ¡Resistid!”


Maïssa Bey, seudónimo de Samia Benameur escogido desde los años de terrorismo, dice en el Prefacio de Nouvelles d’Algérie: “Para poder escribir este libro, fue necesario un día mirar de frente lo que hasta entonces no había podido imaginar, no, ni siquiera imaginar, sin miedo y sin sufrimiento. Tuve entonces que luchar contra la tentación del silencio... intentar doblegar el miedo bajo el peso de las palabras. No hay experiencia más difícil que la de encontrar las palabras para decir lo indecible”: Los títulos de sus relatos no dejan lugar a equívoco: “El grito”, “Cuerpo indecible”, “En el silencio de una mañana”, “Decir”.


Tres personajes, Nouria, luz en lengua árabe, símbolo del conocimiento, Houria que evoca la libertad, Rabeha que significa la que gana y que representa a la mujer del pueblo, están presentes en la obra de teatro de Rénia Aoudène, Le Cri des sebayates, que recuerda los numerosos raptos, violaciones de muchachas jóvenes, al igual que le sucedió a Warda -Rosa en lengua árabe-, una atleta que en el curso de su carrera de entrenamiento es raptada, envilecida, violada, en la novela poética, violenta, Rose d'abîme de Aïssa Khelladi.


Mientras, la periodista Ghania Mouffok va detallando una lista de compañeros asesinados de 1988 a 1995, en Être journaliste en Algérie.


El combate por la mujer y contra los integrismos ha revelado también mujeres emblema -si puede decirse-, que no bajarán la guardia, que hicieron o hacen su camino en la vida política, como Khalida Messaoudi (Khalida Toumi: Ministra de Cultura) en las conversaciones con Elisabeth Schemla: Une Algérienne debout. Leïla Aslaoui (magistrada, ex-ministra de la Juventud y Deportes en 1991/2 y ministra de Solidaridad en 1994), en el ensayo Les Années rouges, así como en la novela Les Jumeaux de la nuit y el testimonio Coupables: doce historias reales, dolorosas, escandalosas.


Obras que nos tendieron el espejo de unos acontecimientos ya transcurridos que nosotros, sus contemporáneos y la Historia, sentimos, pena, dolor, al reconocerlos. Réquiem desesperado en búsqueda de esa Argelia tradicionalmente abierta, afable, hospitalaria.


Porque por supuesto que no todo ha sido horror, pues en Argelia hay una pléyade de escritoras y escritores de lengua árabe y francesa que han cantado su gran cultura, sus variados paisajes -recuerdos, olores, dolor de los lugares-, los personajes generosos que los pueblan, y han ensalzado también al Amor, por no citar más que a las escritoras que escriben en árabe: Ahlem Mostheganemi, Rachida Khawazem, Zineb Laouedj (bilingüe); y en francés: Hawa Djabali, Fátima Gallaire, Leïla Sebbar, Malika Mokeddem.


En Argelia, hombres y mujeres, en su identidad árabe y musulmana, se abren paso con coraje y esfuerzo, en una inconmensurable sed de vida: “Creo con toda mi vida, con todo mi corazón, en este país verde y rojo, azul y oro, que engendra a las mujeres que lo crean”, dijo Hawa Djabali.


Todas las escritoras nos hablan de sus sueños y entrevén una Argelia sólida, dinámica, sedienta de saber, abierta al mundo y por lo tanto necesariamente moderna, según sus propios parámetros socioculturales.


Ya desde La prière de la peur de Latifa Ben Mansour, un hombre, Idriss, evocaba con esperanza: “Por el juramento de nuestras mujeres [...] De tus cenizas renacerás, Argelia”.

AWRAQ, Vol. XXV - Madrid 2008

VIAJE DE LAS PALABRAS ÁRABES, POROSIDAD DE LAS LENGUAS

Publicado en AWRAQ, Estudios sobre el Mundo árabe e islámico contemporáneo, Madrid, Dirección de relaciones culturales y científicas. Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, Vol., XXV, 2008, pp. 347-350.


Leonor Merino
es doctora de la Universidad Autónoma de Madrid
y autora de ‘Encrucijada de literaturasmagrebíes’.

Salah Guemriche, Dictionnaire des mots français d’origine arabe. Préface d’Assia Djebar de l’Académie française (Le Seuil, 2007, p. 878)

Salah Guemriche, periodista y autor argelino de varias obras como la novela histórica Un amour de djihad (premio Mouloud Mammeri) sobre la batalla de Poitiers, ha dedicado cuatro años de investigación en la redacción de su Dictionnaire des mots français d’origine arabe: Una aventura erudita, filológica, asombrosa, en la inmersión de la lengua francesa para constatar el viaje de las palabras y la porosidad de las lenguas.

Palabras de origen árabe, turco y persa, que enriquecen y perfuman la lengua francesa desde hace más de un milenio. Hasta el punto de que existe « ¡el doble de palabras francesas de procedencia árabe que de origen galo! Tal vez incluso tres veces más ».

En ese sentido, vaticinaba el autor -no sin ironía en un guiño en busca de comprensión de la sociedad francesa en su relación con el Otro-: « ¡si mañana no se tiene cuidado habrá el doble de ciudadanos franceses de origen árabe que de origen galo! » (Libération, 16 juillet, 2007).

Volviendo a nuestro Diccionario, la mayoría de esas palabras llegaron a partir del siglo X viajando desde España -que se enriquecía por entonces con la cultura árabe y musulmana-, como las palabras francesas « alcazar », « amalgame », « adobe » y « arrobe » que se convirtió en 1972 en « arobase » [@] de las direcciones electrónicas: ambas palabras proceden de nuestra « arroba », antigua medida de peso, tomada prestada al árabe, « al-rub’ ».

También las palabras en francés « moukère » o « moukhère » (mujer o mujeruca), palabra esta última, que recoge nuestra consonante jota, y que viene del argot de Orán, ciudad argelina impregnada de castellano -debido a nuestra emigración de otra época-. Salvo que, en árabe, es ya una expresión antigua como la sociedad beduina, próxima, fonéticamente, a « mujeruca », y sin la que el hombre árabe, tradicionalista, no sabría nombrar a su esposa: « makhluqa », literalmente « créature » (sic). Lo que, por otra parte -sigue apuntando Guemriche- no está lejos del argot francés del siglo XIX, que también emplea « créature ».

Y luego, todas esas palabras heredadas de la colonización francesa, llevadas por los soldados a su patria, quienes integraron en el argot vocablos locales como la palabra árabe « barda’a » (albarda de asno o de mulo, en principio rellena), de la que deriva el apellido de la actriz francesa de los años sesenta Brigitte « Bardot » (híbrido nacido de un caballo y de una burra o borrica), pasado por el italiano « bardotto » (mulo, animal que lleva albarda) y por la palabra castellana mencionada, « albarda », antes (?) de pasar al argot francés. En 1848, « berdaa » era el equipo del soldado de África, que llevaba a la espalda.

En 1863, pasa al argot militar bajo la forma de « barda ». En 1883, en el lenguaje familiar, es sinónimo de equipaje. En 1952, como argot de los golfos y vagabundos, designa el « billete de 1000 francos metido en una bolsa ». A partir de la guerra de Argelia (1954-1962), esta palabra se impone entre los soldados así como entre los oficiales del ejército francés, aplicada a su indumentaria: «... las botas, el barda y el uniforme... ».

El lector debe saber también, que mi propio apellido castellano es también de procedencia árabe, « Mérinos »: « cordero de los Beni-Merine », célebre dinastía de los Merinidas (siglos XIII-XV), de la que M. Devic señala, como una tribu en los alrededores de Tlemcen, en Argelia.

Otras palabras pasaron por Italia -país que enseguida tuvo relaciones comerciales con el mundo árabe,- como « baldaquin », del italiano « baldachino », derivado de « Baldacco », forma toscana del nombre de Bagdad, capital de las famosas fábricas de sedas.

Una hermosa palabra de connotaciones festivas napolitanas es « mascarade », del italiano « mascarata » o « mascherata », que Sumaise deriva del griego « maska » por « baska » (fantasma), o del árabe « skar » (engañar, disfrazar, mentir). El verbo « sakhira » (burlarse, hacer burla de) está en el origen de « maskhara » (comedia y por extensión bufón) y de « massaakhir » (carnaval, desfile de máscaras).

Sumamente interesante es también el largo y exótico viaje de la palabra « orange » (naranja) del árabe « naarandj » (naranja amarga) », tomado del persa « narang » (la naranja dulce se llama tchina, en el Magreb). Además, los portugueses, inventores de la carne o pasta de membrillo, conocían las migraciones de la naranja desde China y desde La Conchinchina (región de Indochina) hacia Europa y África del Norte, al menos así nombran los árabes a este cítrico jugoso: « bortokal » (el alfabeto árabe desconoce la p) y a veces llamado también « china », otro término lusitano.

Éstos son algunos ejemplos -resumidos ahora debido al marco de la Revista- de las 391 palabras que ha recogido Salah Guemriche de forma metódica, didáctica -hasta diría de forma entusiasta-, señalando su evolución ortográfica, y acompañando a cada palabra de una antología de textos recogidos de una pléyade de diferentes escritores franceses, como por ejemplo, François Rabelais (1494-1553), Jean Racine (1639-1699), Henri-Joseph Dulaurens (1719-1793), Honoré de Balzac (1799-1850), Victor Hugo (1802-1885), Gustave Flaubert (1821-1880), Maxime Du Camp (1822-1894), Émile Zola (1840-1902), Jean Richepin (1849-1926), Joris-Karl Huysmans (1848-1907), Colette (1873-1954), Ferdinand Céline (1894-1961), Paul Sartre (1905-1980), Albert Camus (1913-1960), Julien Gracq (1910-2007), Michel Houellebecq (1958), Alain Vircondelet (1944) o nuestro escritor Juan Goytisolo (1931).

Autores de ayer y de hoy, de siempre, que han empleado esas palabras, incrustándolas y esmaltando así con ellas hermosamente sus escrituras, al igual que tanta gente anónima las ha pronunciado a lo largo del tiempo, desconociendo, la mayoría de las veces, su significado.

« Palabras-pasarelas por su navegación subterránea », dice la escritora argelina y miembro de la Academia Francesa, Assia Djebar, en el bello Prefacio de esta obra.

Curioso y fructífero viaje de las palabras recorriendo trayectorias serpenteantes, en la travesía de épocas y regiones del Marenostrum y más allá de él. Unas palabras que si han podido realizar el camino de tantas peregrinaciones, es porque esperaban una escucha atenta al final del viaje. Palabras que se han integrado y asimilado sin resistencia, que la lengua francesa ha acogido, ha amado, sin rechazo.

Palabras que nos han brindado todas las ciencias del saber, matemáticas, astronomía, agricultura, botánica, medicina, gastronomía, y todas las palabras de la vida cotidiana tocadas por ese mestizaje lingüístico de varios siglos.

Lo que demuestra que todas las lenguas son importantes, que no existe ninguna lengua pura, sino que, en esa encrucijada de las lenguas y en esos relatos de los escritores que « hablan en lenguas » -por decirlo así-, hay una proximidad, una hermandad, una energía inagotable que se trasvasa.

Y en esta época turbulenta y en esa sociedad francesa de rico mestizaje, de inmigración árabe, este Diccionario, aparte de su dimensión pedagógica, filológica, cumple otro papel primordial -como apunta Assia Djebar-, para el « niño entre dos orillas », que se encuentra « desplazado » entre la lengua de la escuela y la lengua materna del hogar, que se creía originario de un « país subdesarrollado », y que se ve ahora heredero de una rica herencia cultural, sintiéndose al fin, con serenidad, « en su casa ».

Finalmente, hay que señalar que Salah Guemriche, nacido en Guelma -Argelia-que vive en Francia desde los años setenta, es autor también de relatos y de otras novelas -aparte de la ya citada Un amour de djihad-, como: l’Homme de la première phrase (Rivages, 2000), l’Ami algérien (Lattès, 2003), junto con Gérard Tobelem, y Un été sans juillet (Cherche-Midi, 2004).

El Mundo Madrid - 2 de marzo 2008

UNA MIRADA CRITICA: Desarraigo y racismo

UN REGARD CRITIQUE: déracinement et racisme

La conflictiva situación de la inmigración magrebí en Francia es tratada por el escritor marroquí Dris Chraïbi en ‘Los chivos’, una novela pionera en el tratamiento del tema, que ahora se publica en España.

Leonor Merino
es doctora de la Universidad Autónoma de Madrid
y autora de ‘Encrucijada de literaturasmagrebíes’.

Dris Chraïbi fue ante todo el niño terrible, iconoclasta y felizmente provocador de las letras marroquíes de los años 50. Con él llegó el escándalo de la mano de su primera obra pionera, El pasado simple (Del Oriente y del Mediterráneo).

A su término, el héroe, Driss Ferdi (cuyo apellido en árabe popular marroquí significa revólver y también cuchillo) se marcha a Francia («burdel del mundo, y el retrete de ese burdel es París»), mientras se despide de su padre con verbo teñido en vitriolo para la crítica más acerba: «Soltar amarras, ¿y por qué no? Virtualmente, Señor, apúntate un tanto.

En Francia, tienes razón, me curtiré. Sacaré de las reservas de ideas sobre reformas sociales, sindicatos, subsidios familiares, huelgas y terrorismo, cualquier cosa antes que digerir la resignación de siempre que cada cual trata de servirme.

[...] Pero de ahora en adelante, por si acaso, cojo primero esto, una muestra, miren. Estoy meando. Meo con la esperanza de que cada gota de orina caiga encima de la cabeza de aquellos que conozco bien, que me conocen bien, y que me asquean. En cuanto a ti Señor, no digo: adiós. Digo: ¡hasta pronto!»

Un año después, 1955, Los chivos (Del Oriente y del Mediterráneo, 2008), como toda obra visionaria, ofrece el testimonio de la capacidad de los grandes escritores anticipándose a la emergencia de los fenómenos sociales, al describir la vida de los norteafricanos: el día a día en búsqueda de trabajo y su hacinación en los barrios periféricos parisinos.

El título de la obra es una premonición de lo que será la vida del inmigrante en un territorio de miseria y soledad, al existir intrínsicamente la oposición animalidad-humanidad. Si la civilización se caracteriza por el orden y la higiene, los chivos, rebaño anónimo, simbolizan el desorden y lo hediondo, pertenecen a una raza maldita, como lo confirma un antiguo ritual hebraico: unos eran ofrecidos en sacrificio por la redención de los pecados y otros abandonados en el desierto.

Chraïbi describe un marco realista sobre el alma magrebí, arrancada como planta floreciente de su raíz, y transplantada a una tierra yerma: plantas, almas, que sangran en Francia, mientras que los elementos de la naturaleza participan, también, de ese desprecio del occidental hacia el árabe.

El riguroso invierno parisino, que planea sobre la ciudad, y los torbellinos de viento frío, que se pasean por las aceras, acompañan al destino sombrío y ruin de los inmigrantes: 22 seres miserables convertidos en homicidas, durante una noche, en una explosión de hambre, odio y desesperación. Y como telón de fondo, mientras la bruma se agranda y se ennegrece, el viento, convertido en cristiano, lanza una letanía de insultos racistas, escupitajos al rostro de los inmigrantes.

Solamente Isabelle, alba de un nuevo amor y mujer extranjera, se ofrece como salvadora y esperanza generosa, pero profundamente «se avergüenza de ser europea», de ser representante de ese mundo explotador, al mismo tiempo que «culpa a los norteafricanos: siempre habéis estado explotados, os gusta que os exploten [...] bastardos de hombres que todo el mundo se pasa de mano en mano, de generación en generación, de siglo en siglo, como una tierra: fenicios, griegos, romanos, visigodos, vándalos, árabes, turcos, francos...».

Yuxtaposición de durísimos juicios con la esperanza de una conciliación humana. Texto que no puede ser leído dentro de una sucesión armónica sino que, entrecortado y despedazado, ofrece la impresión al lector de estar componiendo un rompecabezas.

Ensamblaje de restos de la memoria, reconstitución dispersa de estallidos del recuerdo. El discurso –ritmo irregular de sístole y diástole– queda reducido a pocas palabras siguiendo una descripción entrecortada. Efecto buscado intencionadamente por Chraïbi, que logra arrastrar al lector en esa respiración anhelante.

Texto que nos emplaza en el presente, después demás de 50 años de haber sido escrito, cuando el autor se pregunta si los inmigrantes se encuentran aún en el linde de la sociedad, si «el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás», haciendo así referencia a Albert Camus.

Sin embargo, no es esta la única veta literaria de Chraïbi, puesto que su obra rica en matices regresa siempre con renovada sabia, por no citar más que otras obras que están traducidas al castellano: Nacimiento al alba (Anaya & Mario Muchnik): sinfonía panteísta e inmersión en el humus natal; El hombre del libro (Del Oriente y del Mediterráneo): uno de los más hermosos relatos sobre un personaje considerable, el Profeta Mohammed o La civilización, ¡madre mía!... (Centro Tomás y Valiente de Alzira): preciosa y tierna travesura por el sueño despierto y el amor por la mujer que trasluce toda su obra, en un abrazo esperanzado por la convivencia entre culturas.


Los Chivos: Driss Chraibi, EL PAIS, suplemento cultural, “Babelia”, 29.03.08, p. 10 (Les Boucs: Driss Chraïbi)
EL PAÍS SEMANAL - 2 de Marzo de 2008

“Más allá del velo”

CARTA DE LA SEMANA (EL PAÍS SEMANAL, Madrid, Domingo 2 de Marzo de 2008. Nº 1.640, p. 6.

En buena lógica, lo importante no es velo sí o velo no, siempre y cuando se trate de una decisión libre y personal del derecho a la propia imagen de muchas mujeres musulmanas que hay que respetar, al igual que aquellas que no deseen llevarlo. Pero se debe señalar que, en algunos casos, esta vestimenta alienta, anima, a la mujer en su acceso a la educación, en su actividad laboral y profesional, en su participación en todas las esferas de la vida social y política.

Algunas musulmanas lamentan que se haga del pañuelo el símbolo de su religión, pues reducir el Islam a ese debate es “una especie de desviación y caer en el fetichismo”, argumenta la cineasta marroquí Farida Benlyazid.

También hay quienes rechazan situar la cuestión de la mujer en el terreno de la conducta indumentaria, pero señalan igualmente: “Muchos hombres salen con una mujer como si fuera un objeto, no miran más que su belleza pero con la vestimenta islámica la ven como un ser humano, no como un objeto”.

Leonor Merino


Nota:

Esta carta seleccionada en el suplemento cultural de “El País Semanal” fue resumida, por motivos de edición. Pero es mi deseo señalar uno de los párrafos que escribí:

Igualmente el velo o el pañuelo no sólo es una seña de carácter religioso, con la que se ejerce la libre manifestación de las creencias, sino que también marca la pertenencia a una minoría cultural, y mitiga, alivia, el desarraigo, la aculturación, en un primer momento de la mujer inmigrante, por lo que la represión, en nuestras sociedades, de una seña de identidad con esas características, puede ser entendida como una actuación desidentificadora grave para quien lo porta, que intentará refugiarse en guetos, al margen de la sociedad civil y privando a ésta de un rico y saludable mestizaje.





Lounès Ramdani - 30 juillet 2003 - mise à jour 22 août 2011